Cuando la feria del libro de Madrid de este año apenas llevaba una semana en movimiento, comenzaron a aparecer titulares en todos los medios que celebraban una subida inesperada en ventas. No me queda claro si se referían a que las ventas habían sido buenas en general, o si simplemente no habían sido tan bajas como podríamos esperar debido a la crisis generalizada en todos los sectores.
Parece ser que este año la feria ha tenido un 9,3% de ventas más que el año pasado (que fue un año muy negativo, con un descenso del 19%, que se dice pronto). ¿A qué puede deberse este amago de recuperación? No al poder adquisitivo de sus visitantes, desde luego. Probablemente sea una conjunción de factores: firmas de escritores más populares, eventos mejor organizados, la presencia de más puestos donde sentarse a tomar una cerveza entre compra y compra, quién sabe. Tal vez ha sido la asistencia de miles de escritores que acudían prestos a firmar uno o mil libros, según su fama y prestigio, muchos más que en años anteriores, o un tiempo agradable, menos agobiante que la insufrible ola de calor del 2012, que incitó a muchos a quedarse en casa o, por lo menos, a no andar de puesto en puesto echando horas bajo un sol de justicia. También puede haber influido el hecho de que este año los escritores asistentes fueran realmente escritores, y se prefiriera invitar a autores superventas de novelas que a fenómenos mediáticos de un día (aunque haberlos los había, como era de esperar). Puede que haya influido la propia crisis, ya que muchos lectores han preferido limitar sus compras durante el año para acudir a la feria y beneficiarse del descuento del 10%. Así, es posible que lo que se haya ganado esta feria en ventas acumuladas lo hayan perdido las editoriales en ventas repartidas a lo largo de estos meses. Es difícil saberlo. No obstante, Winston Manrique Sabogal en El País apunta hacia la posibilidad de que estas mayores ventas hayan beneficiado sobre todo a las grandes editoriales, restando visibilidad a las casetas menos conocidas con sus larguísimas colas de firmas.
Desconozco si Manrique estará en lo cierto, pero es inevitable la sensación, algo cansada, de lo oscurecidos que quedan los pequeños autores de a pie frente a las colas y eventos multitudinarios relacionados con los superventas de siempre. Es cierto que algunos fenómenos son flor de un día, pero uno puede acabar bastante aburrido de la omnipresencia de escritores que repiten, año tras año. La demanda de sus lectores lo exige, por supuesto, pero una vez más cabe preguntarse si la fórmula clásica de feria en Madrid no estará ya un tanto agotada, y si no se agradecerían más actos de promoción e interacción relacionados con escritores menos conocidos, que vayan más allá de aburridas presentaciones, que en realidad no ofrecen información de interés para los lectores que desconozcan a las editoriales en cuestión. En este sentido cabe aprender de los verdaderos eventos estrella de la feria: los cuentacuentos y los actos dirigidos al público infantil, que disfrutan siempre de gran éxito. Tal vez hacen falta más lecturas, más espectáculo, más recitales, más música y, en definitiva, una actitud diferente para transformar el mundo literario en algo atractivo para el visitante medio, para que pueda conocer nuevas obras y nuevas formas de entender la feria.