El tema de la publicidad en los libros siempre ha sido un tanto polémico. Para el lector, la idea de encontrarse con un anuncio a media página o incluso con una colocación de producto tipo David disfrutó de una excelente taza de chocolate caliente marca X es repulsiva, en gran medida porque rompe con la magia del pacto narrativo: sentimos que el autor ha abusado de la confianza que hemos depositado en sus manos para crear un mundo que es verosímil pero que sabemos que no es real. También tiene mucho que ver con el romanticismo que rodea al libro; nos gusta pensar en este como en una obra de arte y no como un producto de consumo más (aunque lo sea).
¿Pero qué ocurre cuando la publicidad es sutil, o cuando ni siquiera es a propósito? ¿Qué ocurre cuando un escritor utiliza un entorno tan atractivo que el lector se siente impulsado a visitarlo, a experimentarlo por sí mismo? Para esto existe lo que se conoce como la ficción turística, un género donde la acción literaria se desarrolla en una ciudad, pueblo o incluso país que es presentado de manera benévola y detallada para animar al lector a visitarlo. Hay mucha ficción turística creada ex profeso para promocionar una región (subvencionada y avalada por departamentos de turismo y similares), pero también hay una ficción que obtiene los mismos resultados de un modo completamente inocente. Por ejemplo, gracias a la autora Rosamunde Pilcher, se estima que el turismo alemán en el Reino Unido ha subido nada menos que un 14%.
¿Cómo puede ser esto? No ha sido solo por las novelas de esta prolífica escritora de género romántico. Han tenido mucho más que ver las innumerables adaptaciones para televisión que se han producido en las últimas décadas en Alemania. Varias generaciones, sobre todo de mujeres, se han sentado por las tardes a ver estas pequeñas producciones sentimentales donde se luce la bonita campiña inglesa en todo su esplendor. Estas mismas generaciones han decidido visitar dicha campiña, las amplias y frías costas y muchas otras atracciones del país que figuran en los libros y en las películas basadas en obras de esta señora. Y no es la única responsable, ya que la serie Todas las criaturas grandes y pequeñas, adaptada de una serie de libros de tintes autobiográficos del veterinario y escritor James Herriot, también tiene parte de culpa. Desde los sesenta, varios alemanes se han decidido a visitar las zonas descritas en esta serie, y algunos hasta se han quedado a vivir allí.
El caso del Reino Unido no es aislado, por supuesto. En España ya tuvimos una invasión de reconstructores y renovadores de viviendas de origen británico en la Alpujarra granadina gracias al éxito internacional del escritor (y antiguo batería del grupo Genesis) Chris Stewart con Entre limones, que narra la experiencia real del músico cuando decidió abandonar su vida inglesa, agarrar a su mujer y presentarse en el monte andaluz a vivir la vida tranquila. No resultó ser tan tranquila, como era de esperar, pero sus peripecias y lo idílico del paisaje granadino inspiraron a muchos compatriotas suyos a imitarlo. No todos tuvieron el mismo éxito (muchos acabaron invirtiendo sumas absurdas de dinero en viejas chozas que se caían a pedazos, para acabar rindiéndose ante el duro clima de Granada, las diferencias culturales para con sus vecinos y la incomodidad continua de vivir perdido en una montaña). Es una vida que no es para todos, pero Stewart supo describir muy bien sus muchas ventajas. En la segunda parte del artículo veremos más ejemplos de novelas que han servido como aliciente para que sus lectores acaben visitando los parajes descritos en las obras.
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