Seguimos con otra entrega donde preguntamos a escritores a qué dedican el tiempo libre. O, mejor dicho, en qué otros campos artísticos les gusta perderse de vez en cuándo, y cómo se relacionan estos con su trabajo como autores. En esta tercera parte hemos hablado con Elia Barceló, autora que destaca por su labor dentro tanto del género fantástico como del juvenil (y que ha estrenado nuevo libro hace poco con Ediciones Destino: Anima mundi). Al igual que ocurrió con Susana Vallejo en la primera entrega de la serie, Elia se decanta por la pintura y el dibujo:
“Buscando hacia atrás en mi pasado, buceando en mis primeros recuerdos, veo el pasillo de la casa de mi infancia, la que derribaron después para construir una más moderna, y que se me aparece de vez en cuando en sueños.
En ese pasillo, y en la salita del tresillo de terciopelo verde, y en el comedor, mis padres habían colgado reproducciones –ahora sé que bastante aceptables– de varios cuadros que me acompañaron durante toda mi infancia. En ellos aparecían princesas de grandes faldas, gente vestida a la antigua jugando a la gallina ciega en un prado, hombres casi desnudos trabajando en una fragua bajo una luz que yo identificaba con el infierno del que nos hablaban en la iglesia los domingos, jarros de barro sobre una mesa de madera oscura, un payaso triste vestido de blanco… Todos ellos formaban parte de mi vida cotidiana y muchas veces me inventaba historias, o más bien viñetas, en las que tenían el papel principal.
Ya en mi adolescencia, una gran editorial comenzó a publicar, por fascículos, una historia universal del arte; con mi asignación semanal empecé a comprarla, me enteré de que todas aquellas imágenes habían sido pintadas por algunos de los más grandes artistas de la humanidad: Goya, Velázquez, Ribera, Watteau… y descubrí muchos otros que me abrieron para siempre el mundo del arte. Luego vinieron los museos y los deslumbramientos, esos cuadros que te marcan como una herida, que dejan cicatriz y te hacen buscarlos de nuevo, observarlos, sumergirte en ellos para salir renovada, deslumbrada y feliz.
Junto a la literatura, no hay otra actividad artística que me emocione tanto como la pintura, aunque el cine y el teatro le siguen muy de cerca.
Siempre he dicho que si no fuera escritora querría ser pintora. Empecé a aprender a pintar en mi época universitaria, pero luego la vida me llevó en otra dirección y desde entonces soy espectadora, observadora de la pintura, asidua visitante de museos y exposiciones, entusiasta de documentales de arte. Pero como tengo cierta tendencia a hacer planes a largo plazo y quiero reservarle un lugar activo en mi vida futura, cuando deje mi trabajo en la universidad, hace un año empecé a aprender a dibujar.
Desde entonces veo las cosas con más intensidad, de otra manera. Siempre he sido muy visual y todas mis novelas tienen escenas que parecen cuadros o fotografías o tomas de una película, pero ahora es todavía mejor porque, a medida que progreso en el dibujo –más despacio de lo que me gustaría por falta de tiempo para practicar– más cuenta me doy de lo que quiero que vea mi lector.
Antes, cuando estaba de viaje y veía algo que me impresionaba, tomaba una foto y, al volver al hotel, escribía un par de páginas en mi diario. Ahora lo que hago es sentarme en algún lugar y dedicar unos minutos a dibujar lo que estoy viendo. En ese tiempo disfruto del sol, del viento, de la llovizna… de sentir el ambiente, y fijarme en las luces y las sombras, y de tratar de reproducir las texturas, para el recuerdo, para el futuro.
Dibujo el pasado para el futuro. Lo mismo que tantas veces hago en mis novelas. Y en algún momento empezaré a jugar con el color. Lo bueno es que, como en la escritura, nunca se llega a un final. Siempre hay otra historia que contar, otra escena que pintar, otros sentimientos, otros colores”.
Elia Barceló
Hijos del clan rojo