Hay partes de un libro a las que les dedico bastante más atención que a otras. De niña era aficionada a saltarme los prólogos, aunque fueran partes fundamentales de una novela. Nunca tuve mucho interés tampoco por las notas del autor, o por las introducciones, que solían ser poco más que una larga retahíla de cumplidos dirigidos al escritor por parte de algún amigo más o menos importante. En los últimos años, no obstante, he desarrollado un interés cotilla por las páginas de agradecimientos.
Imagino que es porque cuantos más años pasan, a más personas conoces y más se cierra el círculo. En cuanto uno empieza a tratar un poco con escritores, se desarrolla una red de conocidos, de seis grados de separación que suelen iniciarse en algún antiguo compañero de la facultad o en el camarero de algún bar de tertulias y que proliferan gracias a las redes sociales, que nos permiten un grado de interconexión (y, a la vez, desconexión) que nunca podríamos haber imaginado. Así, la página de créditos se convierte en un juego, en un “a ver cuántos nombres me suenan”.
De esta manera empiezan a destacar ciertos patrones. Me resultó revelador un artículo de la periodista Noreen Malone, que se quejaba de los sinsentidos a los que ha llegado en los últimos tiempos la famosa página de agradecimientos. Ponía como ejemplo extremo el caso de la escritora Sheryl Sandberg, cuyo complejo e inteligente libro Lean in se vio ensombrecido por una lista de agradecimientos de nada menos que siete páginas y media donde soltaba nombres y razones a diestro y siniestro (a más de 140 personas, ni más ni menos).
Malone también hablaba de las estrategias que se emplean para beneficio del escritor. Una de las secciones de crítica más importantes e influyentes del mundo, el New York Times Book Review (una de esas secciones que pueden hacer de una obra un superventas o un fracaso miserable), tiene como política (bastante lógica, a mi parecer) no permitirle a ninguno de sus empleados que realice reseñas de un libro si han aparecido en los agradecimientos, para evitar amiguismos innecesarios. Esto, a su vez, se ha convertido en una herramienta de poder para el escritor: si teme los ataques maléficos de algún crítico agresivo, no tiene más que mencionarlo en los créditos. Del mismo modo, si espera la reseña de algún profesional en particular, debe tener cuidado de no incluir su nombre. Y todo esto, por supuesto, sin tener en cuenta todos los intercambios de créditos, las obligaciones y lo mejor de todo: la mención de famosos, como si uno fuera más destacado según a quién conociera. De este tema seguiremos hablando en la segunda parte del artículo; mientras, todos los que hayáis acabado de escribir vuestro primer libro (parece ser que los debutantes son los más pecaminosos en esto de alargarse y ponerse cursis en las dedicatorias finales) tenéis tiempo de acudir al manuscrito y revisar vuestras cinco páginas de gracias. Igual convendría quitar alguno.