Intemperie es una novela tan dura como corta y, aunque podamos verla simple en su planteamiento, la huida de un niño de su casa, y que cuando acaba, podrías resumir la acción en poco más de un párrafo, Jesús Carrasco consigue que notes como la historia avanza y se te meta en la piel a través de las palabras.
Una sequía terrible ha llevado a una zona medianamente próspera a una situación de abandono, pero no solo de las actividades económicas o de los pueblos y cultivos; es un abandono moral, donde el abuso de poder es la norma. Así la intemperie del título desborda la dureza del terreno, sin el resguardo de la sombra, llegando a afectar a la situación del niño, sin el cobijo de su familia por dejación de funciones.
La falta de agua, de humanidad, de bondad, la crudeza de la naturaleza humana, presenta la huida como única opción, como única rebeldía posible. Aunque esta huida suponga atravesar un desierto, donde la vida lucha por mantenerse cuando la decencia de los hombres ya ha abandonado la pelea.
En su huida, tan planificada como cabría esperar de un niño cuya visión del mundo acaba a las afueras del pueblo, el pequeño se encuentra con un viejo cabrero, que consigue sobrevivir gracias a la venta de leche de sus cabras en unas condiciones cada vez más difíciles. A pesar de su necesidad, el cabrero ofrecerá refugio al niño, pasando a ser, también él, un huido.
El equilibrio del estilo con la historia es, sin duda, uno de los grandes aciertos de la novela. Hay que destacar el uso del lenguaje (con varias visitas al diccionario por mi parte) que acompaña la dureza del paisaje, descrito de forma que no sólo empatizas con la huida del niño, si no que llegas a sentir la sed y la insolación.
Carrasco nos presenta una historia donde la lluvia podría salvar del hambre a los hombres, iniciando quizás un nuevo ciclo de prosperidad, pero que difícilmente limpiará sus heridas.
Jesús Carrasco
Intemperie