Uno de los inconvenientes con los que se enfrenta el aficionado a la literatura fantástica española de calidad es la falta de reediciones. Resulta imposible hacerse una idea cabal de las dimensiones exactas del género si la mitad de las obras digamos canónicas (no, no voy a embarcarme en la escritura de ningún canon de la literatura fantástica española) están descatalogadas o inencontrables. Si el problema son los costos de reeditar en papel unas obras que tal vez solo les interesen unos cuantos centenares de bibliófilos y completistas, el libro electrónico podría suplir algunas de estas carencias que, en algunos casos flagrantes, me atrevo a calificar de intolerables y propias de un país de paletos sin la menor conciencia de los tesoros literarios que ha producido. Si se debe al mero descuido o despiste, sin duda este artículo le alegrará la vida a más de un editor diligente.
El caso es que, si me obligaran a enumerar mis obras favoritas de la literatura fantástica española (incluyo fantasía, ciencia ficción y terror), aparecerían cuatro títulos (correspondientes a otras tantas décadas) que en estos momentos están descatalogados o, al menos, no constan como reeditados de diez años para acá ni en la página web de la Biblioteca Nacional de España ni en la de la Agencia Española del ISBN. ¿Me lee algún editor dispuesto a reparar este despropósito?
Comienzo con Las noches lúgubres, de Alfonso Sastre. Publicada en 1964 (en una edición incompleta, todo hay que decirlo), justo cuando los Veinticinco Años de Paz y el auge de la corriente realista, este libro nadó contracorriente de todo lo que se estaba haciendo en aquel momento. Su estilo, a veces gongorino y muy por encima de lo que ofrecía la literatura fantástica española por aquella época, nos lleva a los barrios de casas bajas que estaban a punto de ser derribados por el boom inmobiliario de los años sesenta. En uno de estos barrios, el de las Ventas del Espíritu Santo (donde, en la actualidad, la M-30 transita al pie de las moles de la avenida Donostiarra, genialmente retratadas por Pedro Almodóvar en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?), se cruzan las vidas de Zarco, Amalia y el vampiro húngaro Arpad Vászary. Esta obra, una de las piedras angulares del terror español, no se reedita desde 1998 (cuando lo hizo la editorial navarra Hiru).
En 1978 apareció El Señor de la Rueda, la novela más redonda del máximo exponente de la ciencia ficción española en su vertiente cañí, Gabriel Bermúdez Castillo. Popularizada entre los frikis de mi quinta por la Biblioteca Orbis de Ciencia Ficción, El Señor de la Rueda era un space opera entrañable, narrado en clave de novela de caballerías, por sir Pertinax le Percutens, un trasunto del rey Arturo en un planeta en el que, por motivos que se nos explican más adelante, la sociedad es una curiosa mezcla de Camelot y las películas de Mad Max. La valía de un caballero se mide por la cantidad de aditamentos que pueda añadirle a su medio de transporte (llamado «patito» en su estadio más elemental, y «castillocar» cuando adquiere sus máximas dimensiones), del que no puede bajarse bajo ninguna circunstancia, ni siquiera para hacer la compra en los llamados asteroides omnia res. Suena tan pop y camp que casi parece inocente, pero la mala leche de Bermúdez la convierte en una novela deliciosa, pícara, sexual y, sobre todo, muy divertida, tal vez una de las tres o cuatro mejores de toda la historia de la ciencia ficción española. Padeció una edición pirata en 2003, que de hecho tuvo que ser retirada del mercado tras una denuncia del autor (eso es lo que pasa cuando intentas tangar a alguien que trabaja de notario), por lo que no la incluyo en el cómputo: a todos los efectos, permanece inédita desde 1987. Y eso es una tragedia para quienes se han aficionado a la ciencia ficción española a raíz del auge de los años noventa.