Observarán que no he titulado esta entrada Los cinco personajes literarios MÁS abofeteables porque la historia de la literatura es tan rica y compleja que resulta imposible abarcarlo todo. Esta es, pues, una lista poco exhaustiva, y completamente subjetiva.
¿Quién no se ha desesperado leyendo una buena novela cuyo protagonista es un sieso y, digámoslo claro, realmente hostiable? Por supuesto, la estulticia de algunos de ellos es un efecto buscado por los autores. ¿Qué gracia tendría incluir en este listado a Joffrey Baratheon? Ya está claro que es hostiable; es más, tanto George R. R. Martin como los guionistas de HBO se encargan de que el muchacho reciba hasta en el carné de identidad. Y a manos de su tío el enano, que duele más. O qué decir de Augustus Gloop y Veruca Salt, los consumidores compulsivos de chocolate más famosos de la historia de la literatura, con permiso de Bridget Jones… (¡Te queremos, Roald Dahl!)
No, en realidad quiero hablarles de seis personajes (tres chicos y tres chicas) que se merecen la peor de las suertes a pesar de sus autores, quienes, sospecho, tienen muy buen concepto de ellos, e incluso los consideran sublimes. Pongámonos, pues, manos (y puños, llegado el caso) a la obra.
Comenzaré con Kvothe, el protagonista de la Crónica del Asesino de Reyes, de Patrick Rothfuss, de la que hasta el momento han aparecido dos entregas de más de mil páginas cada una: El nombre del viento y El temor de un hombre sabio. ¿Qué tiene Kvothe que lo convierte en un cretino de armas tomar? Para empezar, el rollito ese retrospectivo de que sepas que yo soy un tío que ha hecho cosas terribles, que supongo que veremos en la tercera parte, porque lo que es en las dos primeras, lo más chungo que ha hecho es pasarse trescientas páginas jugando a ser Karate Kid y persiguiendo como un imbécil a una chica que no hace más que jugar con él y calentarle la bragueta (pero ¿es que no lo ve?). ¿Kvothe ha fidelizado a su público lector haciéndonos empatizar con un personaje igualico que sus lectores? Podría ser. Porque como nuestro aprendiz de mago favorito no espabile en la tercera entrega de la serie, muy complicado va a tener que lo quite de la lista negra. Y miren, al incluir a Kvothe ya sobrentendemos a la interminable legión de trasuntos del Héroe de las Mil Caras, desde Frodo Bolsón hasta Ender Wiggin, pasando por Harry Potter y Paul Atreides.
Pero vamos, nada que ver con lo que cualquier lector con dos dedos de frente acabaría haciéndole a Daniel, el protagonista de La posibilidad de una isla, de Michel Houellebecq, de quien es un clarísimo álter ego. Sin la gracia del álter ego de Bret Easton Ellis en Lunar Park, llega un momento en el que nos la trae absolutamente floja lo que le pase o le deje de pasar en el trasunto de secta raeliana en la que se ve inmerso, y hasta consigue que nos caiga bien la pedorra de su mujer: pobrecita, aguantar a un pieza así… Vale, no es un héroe al uso, y seguro que la intención del autor era convertirlo en un antihéroe, y desde luego no consigue fastidiarnos la que por otro lado es una buena novela, pero qué quieren que les diga, es el único personaje prescindible de La posibilidad de una isla…; al menos, en la trama que se desarrolla en el tiempo presente. Luego se despersonaliza, por así decir, y gana enteros e interés. Y total, para qué molestarse en hostiarlo, si bastante tiene con lo que tiene…
Aunque para personaje exasperante, Hamlet, el auténtico y original príncipe de Dinamarca. Recapitulemos, y dígannos si existe algún otro personaje que perpetre mayor cantidad de despropósitos por línea de diálogo a lo largo de la historia de la literatura. Para empezar, pierde una oportunidad de oro para quitarse de en medio a su tío magnicida. Después deja que los invasores noruegos le entren hasta la cocina porque está demasiado pendiente de dilucidar si quiere o no quiere a Ofelia. A continuación va y mata a su mejor amigo por no saber distinguir al fantasma de su padre. Por si fuera poco, le hace luz de gas a Ofelia hasta que esta se vuelve tarumba… Y todo esto, nada más que a mitad de obra. ¿Quieren que siga? En resumen, Hamlet es uno de los principales responsables de la mindundización imparable de la sociedad occidental, que encima va y adopta como arquetipo canónico al personaje más borderline que ha dado la literatura británica, mucho más que Romeo Montesco, quien al fin y al cabo no era más que un adolescente en plena efervescencia hormonal, y caaaasi al mismo nivel que Winston Smith, un chollo de súbdito para cualquier Gran Hermano que se precie.
Pero no se crean que aquí solo pringarán los personajes masculinos. Tenemos tres personajes femeninos que demuestran que la abofeteabilidad literaria no entiende de género, ni de época, ni de idioma, ni de cultura. Ya verán, ya verán.