Es una pena que la coyuntura política que vive Cataluña en los últimos meses haya desvirtuado una novela tan estimable como Victus, que ha levantado ampollas, de manera simultánea, entre los lectores y críticos españolistas y catalanistas. Entre los primeros, por su revisionismo (necesario) sobre la guerra de Sucesión y el concepto mismo de España, cuya inexistencia llega a defender el protagonista. Y entre los segundos, porque no le perdonan a Sánchez Piñol el haberla escrito en castellano. Una lástima, porque es un producto más que digno, y supera los logros literarios (y el tiempo dirá si también los comerciales) de su primera y más conocida novela, La pell freda.
Hay tres tipos de protagonistas de novela histórica: los actores de los hechos (Yo, Claudio, de Robert Graves), los personajes inexistentes y ni siquiera probables que pasaban por ahí (Creación, de Gore Vidal) y los personajes secundarios cuya existencia está documentada pero, al estar limitada a notas a pie de página, nos permite darle rienda suelta a la imaginación. Es el caso de Martí Zuviria, de quien hablan las crónicas como nota a pie de página: ayudante de Villarroel, mediador entre sitiadores y sitiados, exiliado de oro en Austria… y poco más.
El personaje de Martí es uno de los grandes aciertos de la novela. Narrador impertinente y cobarde patológico, bocazas pero incapaz de resumir su vida y su profesión en una sola palabra, consigue hacerse querer. En la primera parte, Veni, es un joven alumno del mariscal Vauban, el genio de las fortificaciones del siglo XVII, con lo que sienta las bases de su futuro enfrentamiento con Joris van Verboom, el expugnador de Barcelona. Si la crítica vio Pandora en el Congo como una reescritura de El corazón de las tinieblas, podemos afirmar que el autor reescribe aquí otra novela de Conrad: El duelo. En la segunda parte, Vedi, Martí relata la guerra de Sucesión con un tono que la crítica ha interpretado como una versión catalana de Guerra y paz, de León Tolstói, aunque el toque entre picaresco y tremendista la hermana más con El aventurero Simpliccíssimus, de Hans Grimmelhausen. Por último, en Victus, el autor nos ofrece lo mejor de la novela, con detalladas y muy documentadas descripciones del interminable asedio a Barcelona (buenas excusas para redimir a Martí y convertirlo en héroe a su pesar, como un Antonio de Villarroel que Sánchez Piñol no deja de recordar que ni era catalanoparlante ni estaba a favor de la defensa a ultranza de la ciudad, no obstante lo cual se convirtió en el símbolo de la resistencia), así como de los personajes históricos y fuerzas políticas (la crítica a Rafael Casanova y las élites barcelonesas es una crítica tal vez demasiado transparente a dirigentes y situaciones actuales).
Victus se convierte, de este modo, en un intento de novela total, un resumen del nudo gordiano que ha marcado los últimos tres siglos de las historias de Cataluña y España. Conviene leerla como la buena novela histórica que es, pero también como resumen de la coyuntura catalana actual, como novela picaresca (mucho ojo a la troupe de Martí, con un anciano, una puta, un enano y un niño cleptómano como símbolos malintencionados de la heroica Barcelona asediada) y, esto no es menos importante, como una muestra muy depurada de las inquietudes temáticas de Sánchez Piñol: ¿cómo no acordarse de las incursiones nocturnas de los monstruos de La pell freda cuando uno lee las descripciones de los ataques borbónicos sobre Barcelona, o ver paralelismos entre el sexo mutante de Batís Caffó o el narrador anónimo de dicha novela con su mascota Aneris y algunas escenas de Martí con Jeanne y Amelis?
Victus. Barcelona 1714