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Tócala otra vez, Ozzy (II)

AutorJuan Manuel Santiago el 17 de octubre de 2012 en Divulgación

Sergio Algora - no tengo el placer

En la entrega anterior veíamos algunos ejemplos de buenas obras narrativas urdidas por estrellas del rock, en lo que viene a ser una refutación del principio que los reduce a escritores de segunda. ¿Acaso El desertor, de Boris Vian, pertenece a una categoría inferior a La espuma de los días por el mero hecho de que no haber sido concebida como una novela sino como una canción? Mientras intentan responder esta pregunta en absoluto retórica, vayan leyendo los poemas que recopiló Jean Clouzet en El inencontrable Boris Vian.

Por hacer el chiste fácil, el subtítulo de Corre, rocker, de Sabino Méndez (la mitad creativa de Loquillo en los tiempos de Intocables y Trogloditas), debería haber sido Confieso que me he chutado, aunque, como comprobarán si tienen la ocasión de leerla, es eso y mucho más. El autor de las letras de La mataré, Cadillac solitario o los himnos de Ciutadans de Catalunya y UPyD (sic) despacha con elegancia cuestiones controvertidas como su expulsión de la banda, o cuál de ellos era adicto a qué droga, a la par que efectúa un retrato muy duro del Madrid y la Barcelona de la Movida (los episodios que transcurren en el piso que tenía enfrente de la Modelo parecen sacados de Una mirada a la oscuridad, de Philip K. Dick) y se permite alguna que otra fantasmada (¿quién iba a decir que esa cantante de grupo madrileño emblemático de la época perdió el virgo con él?).

Pese a ser un buen libro, Corre, rocker no deja de ser más de lo mismo, una historia similar a Éramos unos niños o I am Ozzy: las memorias de un músico, los recuerdos de una época en la que era el rey del mundo, una excusa para hablar de sus influencias, sus amigos y sus no tan amigos. ¿Convierte esto a Sabino Méndez, Patti Smith y Ozzy Osbourne en personas ególatras, seres incapaces de hablar de otra cosa que no sea su vida y milagros? En absoluto: las estrellas del rock también pueden escribir buenas obras de ficción, cuando se ponen. Basten tres ejemplos: No tengo el placer, de Sergio Algora (cuentos en la onda surrealista de las letras de El Niño Gusano, que piden a gritos una adaptación al cine por… ¿Pablo Berger?, ¿David Lynch?), Política de hechos consumados, de Nacho Vegas (que, entre otros contenidos, incluye una reescritura en prosa de una de sus canciones emblemáticas, El ángel Simón) y El viaje íntimo de la locura, de Robe Iniesta (o El Código Da Vinci con banda sonora de Extremoduro).

La muerte se ha llevado por delante a algunos músicos, compositores e intérpretes españoles que podrían haber escrito grandes obras literarias de ficción (Carlos Berlanga, Bernardo Bonezzi, Pepe Risi, Enrique Urquijo o Antonio Vega), pero no pierdo la esperanza de que, algún día no muy lejano, Fernando Alfaro, Christina Rosenvinge o Josele Santiago nos den alguna sorpresa, previsiblemente en clave de realismo sucio. Raro sería que el resultado defraudase.

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