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John Wayne y un ornitorrinco entran en un saloon…

AutorJuan Manuel Santiago el 25 de diciembre de 2012 en Divulgación

Albert of Adelaide

Los lectores más avezados habrán reparado en que el título de esta entrada se inspira en Platón y un ornitorrinco entran en un bar, de Thomas Cathcart. ¿Significa eso que vamos a hablar de libros de filosofía? No, pero sí vamos a hacerlo de ornitorrincos. En concreto, de Albert, el simpático protagonista de Albert of Adelaide, de Howard Anderson, que próximamente será publicada por RBA y que apunta maneras de sorpresón de la temporada.

Albert es un prófugo del zoológico de Adelaida y se interna en el Gran Desierto para buscar la Vieja Australia, el territorio mítico de sus ancestros. En vez de eso, se mete en mil y una aventuras, que lo terminan convirtiendo en una especie de Robin Hood del desierto. Albert se alía con un uombat alcohólico y un diablo de Tasmania un pelín zumbado para luchar contra los mafiosos locales (una zarigüeya y un ualabí), la amenaza de los dingos montaraces, y la xenofobia y el desprecio de los canguros y bandicuts. Albert of Adelaide es una historia dura, de perdedores que intentan trascender todos los obstáculos que se interponen entre ellos y su sueño, contada con la épica de un western de John Ford, la crudeza de un western de Sam Peckimpah y la economía de medios de un western de Sergio Leone. También es un retrato de la contradictoria Australia, tan acogedora con los emprendedores pero, al mismo tiempo, tan racista con los aborígenes. Es, por definirla de alguna manera, lo que le habría salido a Robert Crumb si adaptara Hell on Wheels o Deadwood al cómic, pero situando la acción en Australia y añadiendo animalitos.

Animalitos. Esta es la clave. Lo que hace que Albert of Adelaide funcione como un novelón (aparte de lo bien escrita que está) es el tono de fábula. La presencia de animales, desde Esopo hasta nuestros días, pasando por Lafontaine y Samaniego, es una coartada argumental para presentar los vicios y virtudes de los seres humanos. El mensaje se entiende mejor si introducimos en la narración una cigarra y una hormiga… o una granja en la que los cerdos se hacen con el poder, como hacía George Orwell en Rebelión en la granja, que es otro de los referentes ineludibles de Howard Anderson.

Que quede claro: no estamos hablando de novelas con animalitos que hablan (y aquí podríamos remontarnos a Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll, El viento en los sauces, de Kenneth Grahame, El mago de Oz, de L. Frank Baum o, ya puestos, hasta la teleserie Alfred J. Kwak o la película Porco Rosso), sino de novelas para adultos en las que los animales han sido humanizados para que la moraleja de la fábula se entienda mejor. Novelas en las que se ha antropomorfizado personajes animales.

Los referentes son la ya citada Rebelión en la granja, de George Orwell y La colina de Watership, de Richard Adams. Dos obras maestras indiscutibles a las que Albert of Adelaide, pese a ser una buena novela, tal vez no se acerque, ni literaria ni antropomorfizadoramente hablando, pero con las que tiene una deuda evidente.

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