Existe un recurso en el mundo de la escritura que se ha convertido en todo un tópico facilón: el intentar definir a un personaje a través de los libros que él o ella está leyendo. Esto explica la sensación de contradicción que nos invade cuando un personaje que en el resto de la obra se nos muestra vacío, inculto o frívolo tiene encima de la mesilla de noche a Umberto Eco o, peor, cita, sin venir a cuento, a Emily Dickinson en una conversación mundana. Menos habitual es dar con un protagonista inteligente y cultivado que se deleita con revistas anodinas o libros de escasa calidad, a no ser que se trate de un recurso efectista del autor, un juego de contrastes a propósito que busca expresar cómo funciona la personalidad compleja de su títere.
Por esto mismo se ha criticado a personajes poco redondeados que han intentado definirse a través de su lectura. Las ventas de Cumbres borrascosas subieron de manera notable por su aparición estelar de la mano de Bella Swan, protagonista de Crepúsculo. Asumimos que la intención de la autora era realizar una contraposición entre la atormentada relación de Catherine y Heathcliff y la de Bella y Edward, al mismo tiempo que pretendía presentar a la joven Swan como una chica refinada de gustos literarios exquisitos y románticos (en el sentido histórico-literario de la palabra). Del mismo modo, la estudiante de literatura Anastasia Steele, protagonista de 50 sombras de Grey, analiza y relee a Tess de los d’Urberville, y muchos lectores podrían plantearse si existe una correlación entre el vínculo Anastasia-Christian y el de Tess y su violador, Alec d’Uberville (esperamos que no, debido a la naturaleza enfermiza de dicha relación). Si el modelo femenino de Ana Steele es Tess (y ella misma se pregunta por ello al compararse con las grandes heroínas de sus libros favoritos; del mismo modo que Christian se presenta ante ella como un personaje similar al de Alec), se hace un flaco favor a sí misma. Tal vez alguien que no muriese al final del libro, víctima de los dobles estándares de la sociedad que la rodea y del escarnio de los dos hombres que la desean y atormentan a la vez, fuera un personaje más adecuado como referente. En cualquier caso, las ventas de la novela de Hardy se han multiplicado, como cabría esperar.
Sean cuales sean las virtudes y defectos de las dos obras que he mencionado, no puede haber nada de malo en el hecho de que un personaje popular consiga, mediante su interés por algún clásico literario, que sus lectores y fans se interesen por dicha obra. No desdeñaría, por ejemplo, la lista de lectura de la sin par Matilda Wormwood (de Matilda, de Roald Dahl): en ésta encontramos a Dickens, a Austen, a Charlotte Brontë, a Hemingway y a Steinbeck. Con todo, si tengo que elegir, me quedo con la lista de un personaje pop de lo más entrañable, Lisa Simpson, cuyas lecturas incluyen títulos como Ghost World de Daniel Clowes, Los hermanos Karamazov de Dostoievski o Las correcciones, de Jonathan Franzen.