Perdemos la cuenta de a cuántas lenguas se ha traducido ya al célebre poeta granadino Federico García Lorca. La última traslación a otro idioma la ha realizado la poetisa nipona Urara Hirai, que ha invertido más de veinte años de su vida en traducir al japonés El diván del Tamarit, con la colaboración de la Universidad de Granada (en concreto con la colaboración de los profesores Alicia Relinque, que a su vez es traductora y dirige el Seminario de Estudios Asiáticos en Granada, y Antonio Chicharro, Director del Departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura de dicha Universidad). Lorca se une así a la creciente lista de poetas hispanohablantes cuyos conocidos versos son desentrañados por japoneses: hace tan sólo unos días el lingüista Takekazu Asaka (profesor de filología románica en la Universidad Tsudajuki de Tokio) presentó una edición bilingüe en japonés y gallego de 29 poemas de Rosalía de Castro, extraídos de su obra Cantares gallegos. Borges fue extensamente traducido al japonés, sobre todo por su estrecha relación con Oriente y con Japón en particular, adoptando incluso la forma del haiku para un puñado de poemas. Nicolás Guillén visitó Hiroshima en enero de este año y en los numerosos actos que se organizaron para darle la bienvenida se leyeron versos suyos traducidos al idioma nipón.
Con todo, se nos hace extraño descubrir que los grandes poetas de la lengua española han originado tan reducida labor interpretativa en el idioma del país del sol naciente cuando cualquier superventas de a pie llega a los japoneses sin problema ni periodos de veinte años para su traducción. Se nos hace extraño a nivel estético y academicista, por supuesto, porque a nivel comercial tiene todo el sentido del mundo. ¿Qué prefiere el lector medio de Osaka, las aventuras de Tom Hanks (perdón, de Robert Langdon) o la Casida del muerto por el agua? Y por supuesto contamos con el agravante de que un best-seller atiende a una cultura globalizada, a una textualidad común con la que pueden identificarse, hasta cierto punto, tanto un islandés como un paquistaní; sin embargo los versos de Lorca no son exactamente transparentes y universales (por lo menos a primera lectura). Los conceptos pasionales (fervorosamente cristianos y occidentales) de violencia, agua, amor y muerte presentes en El diván del Tamarit tienen poco que ver con la mentalidad oriental más vinculada a la dualidad, el animismo y la contención. El exceso emocional de Lorca, sin embargo, reprimido en escasas palabras; sus imágenes inspiradas en la naturaleza; su descripción ambigua del cuerpo, pueden ser elementos donde el lector medio japonés podría sentirse tan inspirado como el español al recorrer las aparentemente sencillas (y tremendamente potentes) palabras del poeta granadino.
Aunque desconozcamos el alcance real que pueda tener para la sociedad japonesa tener a su disposición a poetas hispanohablantes en su propia lengua, lo que es cierto es que, tal vez por la disparidad de culturas y lo extraño del lenguaje nipón para nosotros, estar traducido y publicado en japonés es considerado por muchos como una señal de éxito, ya que parece sintomático de que su obra ha alcanzado todas las esquinas (metafóricas) del globo terráqueo. Y es que, como decía la canción, things are easy when you’re big in Japan.
Federico García Lorca
Diván del Tamarit