En todas las ferias del libro hay grandes protagonistas, y la de Madrid de este año no iba a ser menos. Celebrada en el Parque del Retiro, con un amplio paseo que separa dos filas de casetas, ofrecía un cómodo espacio de recreo para sus visitantes a lo largo de un intenso par de semanas con tres prácticos findes, perfectos para visitantes sujetos a jornadas de trabajo o estudio de lunes a viernes.
Era la primera vez que tenía oportunidad de visitar la feria de la capital y, como buena chica de provincias, me maravillé ante las filas interminables de puestos, las bien organizadas vallas de contención donde se apilaban los fans más pacientes a la espera de alguna firma famosa, y el encuentro casual con personajes célebres que deambulaban, como todos, de caseta en caseta. Hacía honor, sin duda, a su denominación de feria, con vendedores de barquillos y pesadas esperas frente a los siempre insuficientes baños portátiles.
Los medios de comunicación y la propia organización de la feria coinciden en que ha sido un año desfavorable para las editoriales. Aunque al comienzo de la segunda semana parecía que el libro infantil podría salvar a los vendedores de libros de unas cifras poco esperanzadoras, al final del evento comienzan a aparecer los datos, y parece ser que las ventas han bajado en un 19%, a pesar de que la asistencia ha sido muy superior a la de otros años debido al buen tiempo. Siempre hay factores que tener en cuenta (entre otros, el lento pero progresivo aumento del libro electrónico y la costumbre de leer en pantalla), sin embargo ninguno puede ocultar el hecho de que la crisis afecta al bolsillo también a la hora de adquirir libros, a pesar del tentador descuento. Sigue habiendo grandes triunfadores (la cola para ver a Eduard Punset, por ejemplo, fue digna de mención), peces gordos que obtienen resultados espectaculares frente al goteo correspondiente para los autores y editores menos exitosos, pero algunas voces acusan a la feria de estar en franco declive, y apuntan su necesidad de renovarse o morir, lamentando su escasa cobertura mediática y lo desperdigado de sus actos. El modelo actual tal vez no sea el más provechoso para las librerías y editoriales pequeñas y medianas: se concentran grandes cantidades de lectores de un solo libro, aquellos que buscan la firma del ídolo de turno y que no muestran ningún interés en investigar otras lecturas, en adquirir otros títulos. A los de siempre se les han cansado las muñecas: a Almudena Grandes, a Carlos Ruiz Zafón, a Eduardo Galeano o a Eduardo Mendoza, mientras que la presencia de fenómenos mediáticos como Mario Vaquerizo o Ana Obregón tampoco ha pasado desapercibida. Personalmente, me quedo con el encanto de aquellos que, sin ser ignorados, no gozan de tal poder de convocatoria, por lo que la posibilidad de conocer y hablar con el escritor es muy superior, la dedicatoria es única e intransferible y el libro comprado provoca un placer muy personal, con la arrogante satisfacción que produce sentirse partícipe de un gusto minoritario. Así, han caído tanto el Playlove de Miguel Ángel Martín como Letal como un solo de Charlie Parker, de Javier Márquez Sánchez, además de algunas joyas del cómic como el primer volumen de Lost Girls de Alan Moore y Melinda Gebbie o Pollo con ciruelas de Marjane Satrapi.
Y vosotros, ¿qué libros os habéis traído de la feria?