Como ya comentábamos en la primera parte de este artículo, la lectura de determinadas palabras y expresiones produce reacciones en el cerebro muy similares a las que se experimentan en la vida real. Ya hemos hablado del llamativo efecto de la metáfora y de la antítesis, pero según Véronique Boulenger, del Laboratorio de Dinámica del Lenguaje de Francia, los verbos y términos que expresan traslado y movimiento activan del mismo modo las partes de nuestro cerebro que utilizamos para movernos. De este modo, si leemos que un personaje le da una patada a una pelota, en nuestro cerebro se “iluminan” las secciones dedicadas a realizar acciones motoras. En el departamento de psicología cognitiva de Toronto han llegado a sugerir que el cerebro, al leer, “carga” las experiencias percibidas en el cerebro, como si se tratara de una simulación, de un videojuego hiperrealista. Además, nos ofrece algo que la vida real no puede: entrar en los pensamientos, sensaciones y aventuras de otra persona, alguien que puede ser completamente distinto a nosotros, lo que nos ofrece vivir una serie de momentos, emociones y acciones que de otro modo nos serían imposibles; un ejercicio, además, que mejora nuestra empatía y nos prepara para entender y relacionarnos mejor con aquellos que nos rodean. Parece ser que nuestro cerebro crea una especie de mapas, de lugares, sentimientos y datos, dedicados en exclusiva a los personajes de los textos que leemos. Para ello, claro, el medio estrella es la novela, ya que nos da la suficiente información para crear mapas muy complejos y detallados.
En el artículo que mencionamos de Annie Murphy Paul sobre la neurociencia y la ficción, ésta nos habla de una serie de estudios realizados en colaboración por el departamento de Toronto y especialistas canadienses de la Universidad de York, que demostraban que aquellas personas que leían con frecuencia tenían mayores habilidades para empatizar con los demás, para entenderlos, para ver el mundo desde otras perspectivas. Llegaron a estas conclusiones a través de una serie de pruebas que descartaban que todo esto partiera de que los individuos de naturaleza más empática disfrutaran más de la lectura que otro tipo de individuos: se realizaron pruebas a niños de muy temprana edad, en las que se descubrió que los niños a los que se les leían cuentos de manera habitual desarrollaban de manera mucho más significativa esta cualidad empática (esto también ocurría con los que veían películas, pero no con los que veían programas de televisión, posiblemente porque al ver la televisión a solas los niños no gozaban de una interacción provechosa con sus padres, lo cual da bastante que pensar respecto al valor del diálogo posterior a la lectura, a ese análisis en común que nos ayuda a percibir todo tipo de elementos que antes no habíamos descubierto en el texto, como nos ocurre al leer una crítica bien hecha o al comentar un libro con amigos). Todo esto indicaría que no sólo se trata de la lectura, sino que la exposición a cualquier tipo de narrativa estructurada y de calidad produce seres humanos más comprensivos y tolerantes. Y nada mejor para ello que una buena película o, cómo no, una joya literaria.