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Pagar por publicar (y II)

AutorGabriella Campbell el 1 de abril de 2012 en Divulgación

Edición de vanidad

En la primera parte del artículo analizábamos hasta qué punto ha cambiado el mercado editorial, de tal forma que ahora el que aporta la mano de obra, el escritor, puede llegar incluso a pagar por ver su libro en el mercado. Del mismo modo que en situaciones graves de paro hay quien paga por obtener una entrevista de trabajo, podría asumirse que el escritor está dispuesto a invertir no sólo su trabajo sino su propio capital para obtener un beneficio no sólo económico (que resulta poco probable debido a la feroz competencia) sino personal. En este sentido los anglosajones utilizan un término muy adecuado para la autoedición, calificándola de Vanity Press, es decir, impresión por vanidad.

Como ya hemos tratado en Lecturalia los diferentes medios de publicación para el escritor (edición tradicional, coedición, autoedición), llaman ahora la atención algunos aspectos que han ido modificándose de manera evidente desde la última vez que os ofrecimos nuestra percepción del asunto. Como ya apuntó Alfredo Álamo en su artículo ¿Una nueva autoedición?, el formato de autoedición ha evolucionado de manera que, gracias a las nuevas tecnologías y al conocimiento informático cada vez mayor del usuario medio (junto a las posibilidades del software libre y otras herramientas de gran utilidad), el autor por fin puede (otro aspecto a estudiar sería si debe) prescindir de los intermediarios clásicos. Esto es muy productivo si el escritor dispone además de conocimientos avanzados de corrección, maquetación, diseño y mercadotecnia, y es una lástima que tantos de los que se han apuntado al carro Amazon de la producción digital y a demanda no dispongan de dichos conocimientos, ni entiendan la necesidad de subcontratarlos. Demasiado a menudo se olvida que más allá de las garras de las temibles editoriales, a las que los escritores suelen ver como auténticos vampiros, existen profesionales autónomos más que cualificados para apoyarnos en la aventura de publicar, para producir un texto que, si bien no tiene una calidad garantizada, a falta de un filtro editorial, por lo menos ofrece una presentación cuidada y correcta. Tal vez una de las consecuencias nefastas de la burbuja de esta nueva autoedición de la que habla Álamo sea, aparte de ese filtro tan necesario para separar la paja del oro (no siempre eficiente, pero desde luego útil), la proliferación de obras repletas de erratas, maquetadas en fuentes ilegibles con un diseño atroz, vendidas no ya como objeto cultural, sino como ente promocional. Facebook y Twitter cobran más importancia que el valor de marca, ofreciendo una satisfacción inmediata para el ego del autor, una recepción pública mucho más rápida (y efímera) de lo que podría suministrar una editorial seria.

Y algo más está cambiando, algo que podríamos asociar a un catálogo cada vez más extenso procedente de las empresas de autoedición y coedición encubierta. En la mejor línea de la famosa Editorial Garamond en El péndulo de Foucault de Umberto Eco, aparecen incluso en editoriales reconocidas, supuestamente de edición tradicional, contratos con cláusulas nunca vistas como que el autor debe comprar una parte de los libros producidos o que debe pagar un porcentaje de los gastos de impresión, o que junto a estas condiciones además recibe un porcentaje mínimo por la venta de libros que él mismo ha costeado. Surgen autores que ofrecen, ellos mismos, cubrir el gasto de la edición con tal de ver su nombre asociado a una editorial de prestigio. Esto nos impulsa hacia un mercado donde la oferta carece de criterio preestablecido, donde hasta las grandes marcas pueden suspender su filtro de calidad. Y ahora, más que nunca, impera el boca a boca, la recomendación, las visitas a blogs y redes sociales especializadas, buscando una lista de títulos que no vayan a dejarnos un mal sabor de boca, ya sea por falta de calidad en el contenido o en la forma.

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