No recuerdo cuántas veces he pasado la página de un libro de ciencia ficción pensando “espero que haya de eso en el futuro”. Incontables tecnologías, inventos y curiosidades se introducen en la imaginación del lector y uno no puede evitar preguntarse si, realmente, gozaremos de artilugios tan fantásticos en un futuro no muy lejano. Y no puedo dejar de quejarme de cómo la ciencia ficción, o más bien la realidad, me ha engañado.
Yo quería coches voladores, como aquellos de los que ya hablaba la feminista musulmana Rokeya Sakhawat Hussain en 1905, en su relato El sueño de Sultana. Entiendo que no es una premisa muy práctica, y que se han presentado tecnologías y medios de transporte para el futuro bastante más fiables y sostenibles. Sea como sea, en mi imaginación eran bastante más agradables a la vista que algunos de los prototipos de vehículos aéreos que se han presentado hasta la fecha. ¿Y qué hay de los robots? Todavía estamos muy lejos de empezar a plantearnos los peligros de una revolución de las máquinas, aunque los principios de la robótica de Isaac Asimov ya se hayan aplicado alguna que otra vez en la ciencia moderna. Para Arthur C. Clarke el 2001 ya podría significar viajes interestelares y contactos con extraterrestres, y nosotros seguimos teniendo bastante privacidad en nuestro rinconcito del universo, sin alienígenas ni grandes inteligencias artificiales que nos molesten. Tampoco tenemos todavía implantes cibernéticos dignos de los personajes de Gibson o Varley (¿te imaginas, por ejemplo, poder cambiar de sexo a voluntad?), aunque la ciencia médica ofrece soluciones en ese sentido cada vez más avanzadas (sólo hay que ver al artista Neil Harbisson, que disfruta del estatus oficial de “cyborg” gracias a un implante que le permite “escuchar” los colores) y ya existen dispositivos diseñados para videojuegos que pueden leerte la mente. En este sentido, tal vez sea la realidad virtual, concepto que lleva años desarrollándose en la ficción especulativa desde hace tanto tiempo, y la comunicación global a través de una gran red, como se ha venido observando desde los primeros autores del cyberpunk, lo que más se asemeja a nuestro mundo actual.
Lamentablemente, en algunos aspectos la ciencia ficción, sobre todo la distopía, no estaba tan desencaminada. Algunos medios de propaganda, control de masas y autoritarismo político están muy vigentes en muchos lugares del globo terráqueo, e incluso en el 1984 de Orwell y El mundo feliz de Huxley aparecen manipulaciones que pueden recordarnos a determinadas actuaciones de nuestros propios gobiernos y medios de comunicación. En cualquier caso, siempre resulta gracioso reivindicar aquello de ¿dónde está mi coche volador?, sobre todo si se hace desde un teléfono móvil minúsculo a través de una red social como Facebook o Twitter, entrando en comunicación directa con millones de personas a nivel mundial. Habría que ver qué cara pondrían nuestros antepasados hace tan sólo cincuenta o sesenta años.