Muchos dirán (y dicen) que el premio que se ha llevado el escritor británico Julian Barnes de 50.000 libras esterlinas (a día de hoy, unos 57.000 euros) ya le iba tocando. Barnes ha sido finalista del Premio Man Booker, uno de los más prestigiosos de la literatura anglosajona, en tres ocasiones, y con la aparición de su nombre este año en la lista final muchos daban por sentado que recibiría el galardón. Surgen, por supuesto, voces críticas al respecto, que argumentan que esta novelita, The Sense of an Ending, no es la mejor obra del escritor, ni la más original; otros insisten en su escasa longitud (se trata de novella, de novela corta), pero nadie puede discutir que a Barnes le correspondía este reconocimiento, de una manera u otra.
El Booker no ha estado nunca libre de polémica, sobre todo desde que en 1972, cuatro años después de su creación, el ganador John Berger criticara abiertamente su carácter colonialista y donara la mitad del importe del premio a los Panteras Negras de Gran Bretaña. En esta ocasión al jurado se le ha acusado de anteponer el gusto de la mayoría y el comercialismo frente a la calidad de la obra seleccionada. Por otro lado, tener un jurado compuesto de grandes figuras del mundo literario tiene sus consecuencias, ya que reunir a tantos grandes egos en una misma habitación y pretender que concurran en una única decisión a la hora de otorgar el premio es, cuanto menos, optimista, y en repetidas ocasiones se ha traducido en portazos y declaraciones enfurecidas a la prensa. El gusto por la controversia del que hace gala el Booker ha suscitado la aparición de un rival directo de reciente creación, el Literature Prize (título original donde los haya), que pretende ofrecer una guía de calidad frente a un Booker que considera demasiado populista (en su más reciente edición, varios miembros del jurado proponían la “legibilidad”, un ritmo fluido y la capacidad de enganchar al lector como requisitos fundamentales en su selección. Algunos de los fundadores de esta nueva distinción son ganadores del propio Man Booker, tampoco exento de ataques de sus propios galardonados: Barnes había criticado el premio en ocasiones anteriores, definiéndolo como un bingo de lujo, una lotería de índole absurda.
En las entrevistas concedidas tras la recepción del premio, reconoció esta actitud pasada y bromeó al respecto, proponiendo que la fiabilidad del premio variaba según quienes compusieran el jurado, y que la lotería absurda cobraba mucho sentido cuando uno la ganaba. Dejando aparte críticas y polémicas, en su discurso de aceptación del galardón realizó una sentida apología del libro en papel frente al electrónico, afirmando que pensara lo que pensara el lector del contenido de su libro, éste era un objeto hermoso y digno de conservarse, apelando así a los editores, solicitando que los libros fuesen creaciones físicamente bellas, atractivas para los lectores, para poder resistir al desafío del ebook.
Julian Barnes