En los últimos años han surgido con fuerza nuevas tendencias en el mundo de la literatura, algunas de ellas retomando formatos que ya existían con anterioridad, como es el caso del minicuento, también llamado microrrelato o nanoficción, cuya existencia moderna podría surgir a mediados de los años cincuenta, de la mano de grandes autores como Borges, Ramón Gómez de la Serna o Max Aub.
El nacimiento de esta nanoficción vino de la mano, probablemente, de la elección de un formato de publicación que exigía, en algunas revistas, texto corto y una ilustración llamativa. Es curioso que este tipo de relato obtenga, tras muchos años casi en el olvido, una segunda juventud casi por los mismos motivos: hoy en día, conseguir captar la atención de un lector en una página de Internet se hace cada vez más complicado; los lectores saltan de enlace en enlace con facilidad y los autores apenas tienen unos segundos para captar su atención. Es entonces cuando el mincuento cumple su función y aparece como una alternativa a textos largos -normalmente mal maquetados- que se pierden en el cementerio de las páginas web no visitadas.
Habría que definir qué puede ser un minicuento, claro. Por ejemplo:
Era de noche y todas las mariposas bailaban a la luz de una luna azul
No es una nanoficción, es una imagen evocadora, lírica, pero no nos propone ni un juego, ni un planteamiento ni una resolución, es tan sólo un paisaje desconectado Este suele ser uno de los grandes errores a la hora de escribir minicuentos. Sin embargo:
El zombie apuró la última copa de ácido. Todas las mariposas escaparon de su interior para bailar bajo la luz de la luna azul metano sobre el camposanto.
Pese a ser un texto todavía muy pequeño presenta una estructura más apropiada, con personaje, situación y complicidad con el lector. Un cuento, cuanto más corto es, debe apelar a todo el mundo que puede tener en común con sus lectores. En el caso anterior, es una historia de terror, pero puede ser algo más común como el mundo del circo:
Ni el jefe de pista, ni los payasos, ni el trapecista o el forzudo de barba negra pudieron imaginar que la cuerda por la que el faquir trepaba, colgando desde ninguna parte, era en realidad una serpiente invisible a la que pintaba de blanco para cada función. Sólo el mimo descubrió su secreto poco antes de morir de su mortal picadura entre horribles espasmos y grandes aplausos de un público ignorante de su grave situación.
Minicuentos los puede haber de varios tamaños, claro, estos ejemplos están dedicados a la nanoficción, que es mi preferida. Como ejercicio para comprender cómo hacer un microrrelato interesante os propongo un juego. Coged una cuartilla en blanco y escribid un relato que ocupe una cara por completo. Luego dobladla por la parte escrita y reducid vuestra historia hasta que quepa en la media cuartilla. Repetid el proceso hasta que ya no podáis doblar más la hoja o ya no podáis reducir las palabras, entonces desplegad la cuartilla y leed el resultado… divertido, ¿verdad?