No nos engañemos, la edición para los grandes grupos es un negocio que mueve millones y que pocas veces va a venir marcado por otra cosa que no sean las directrices de márketing y las campañas precocinadas. Aunque normalmente siempre se reserva un pequeño sello para arriesgar, sus tiradas y objetivos son testimoniales.
Sin embargo, por debajo de esos grandes grupos que compiten entre ellos por los superventas y que negocian tiradas millonarias a meses vistas de la publicación del libro, existe todo un mundo de editoriales medianas y pequeñas que intentan encontrar un camino editorial. La verdad es que ser editor a estos niveles es como ser escritor: una cuestión de fe que en muchas ocasiones viene acompañada de falta de sueño crónica o de progresiva caída en lo comercial.
Sí, he dicho caída en lo comercial, que nadie se alarme. Entiendo que lo comercial es bueno y que da dinero, pero dudo mucho que la mayoría de editores, como de escritores, pensara cuando se metió en este mundo de los libros que iba a acabar publicando, o escribiendo, en el caso de los autores, autoayuda para treintañeros con crisis emocionales. A ese extremo se llega con el tiempo, cuando tratas de vivir de lo que escribes o publicas y necesitas un pequeño empujoncito extra a fin de mes, algo que sepas que se va a vender más o menos sin problemas. Lo de la autoayuda es un ejemplo, que no se me enfade nadie, como contrapunto al editor que cuando empieza lo hace pensando en que va a descubrir un nuevo García Márquez y acaba harto de que le digan que su catálogo no va a ninguna parte.
Todo, claro está, es cuestión de intenciones. Si la intención es dedicarse a géneros populares o de moda, no hay ningún problema, esos libros son necesarios, se venden bien y hacen disfrutar a la gente. El problema llega cuando como editor tienes una obra entre las manos que te parece fantástica y no te atreves a darle salida por no confiar en un mercado cada vez más lleno de ecos que se retroalimentan sin demasiado contenido. De hecho, ahora Amazon permite ver hacia dónde se mueven las tendencias de los lectores, mostrando de una manera todavía más fácil qué es lo que la gente quiere leer. Ante esto, no puedo más que decir una cosa: El editor que sobresale no es el que me da lo que quiero leer, sino el que me ofrece algo que no sabía que quería.
Por eso, desde aquí, que sirva este artículo como agradecimiento a todas esas pequeñas editoriales que todavía confían en su propio criterio para sacar a la luz obras que nadan a contracorriente, que se alejan de caminos trillados, que nunca venderán un millón de ejemplares, que sudan tinta para conseguir el mejor resultado posible, que leen cientos de manuscritos y no sólo indicadores de venta. Muchos de esos libros así publicados son los que perdurarán durante décadas en nuestra memoria como lectores.