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El rey de amarillo, de Robert W. Chambers

AutorAlfredo Álamo el 28 de marzo de 2011 en Reseñas

El rey de amarillo

A veces, cuando te enfrentas a un libro, te da la sensación de que estás leyendo algo realmente especial. Esa fue mi impresión a medida que iba leyendo los relatos que componen una de las antologías más interesantes y malditas de la literatura fantástica norteamericana: El rey de amarillo, de Robert W. Chambers.

Chambers era un neoyorquino de buena familia, bien educado y que logró una cierta fama como ilustrador para revistas como Life o Vogue. Pese a haber publicado alguna novela más, In the Quarter, y antologías como The Maker of Moons o The Tree of Heaven, es sin duda El rey de amarillo una obra singular en su carrera, ya que luego pasó a escribir novela romántica y, finalmente, ficción histórica.

Aunque se ha ligado habitualmente la obra de Chambers con la de H.P. Lovecraft, hay que resaltar que cuando El rey de amarillo fue publicada, en 1895, el autor de Providence apenas contaba con cinco años de edad. Aquellos que ven una extensión de los mitos en Chambers están equivocados y, pese a la floja opinión de Lovecraft sobre su colega, la huella de El rey de amarillo se aprecia en numerosos relatos del Círculo de Lovecraft, casi al mismo nivel que Lord Dunsany.

¿Cuáles son los méritos de El rey de amarillo? A mi entender, es la manera con la que se mezcla, casi por primera vez, un numeroso batiburrillo de elementos mitológicos, románticos, propios del suspense o de la fantasía y la ciencia ficción. Es difícil lograr que esa variedad de elementos case en una antología, pero Chambers lo consigue gracias a ese elemento de unidad que es el libro dentro del libro, El rey de amarillo dentro de El rey de amarillo.

La idea que hila la antología es la presencia e influencia de un libro maldito, El rey de amarillo, una obra de teatro con la capacidad de volver loco a quien lo lea, que está conectada a una extraña entidad, también llamada El rey de amarillo y a un extraño signo de capacidades sobrenaturales. Es mediante estos elementos que Chambers articula los cuentos sobrenaturales -a mi juicio los de mayor calidad y que se editan hoy en día- sin mucha relación con otros textos incluidos en la antología, casi como relleno, y sin apenas interés.

Las influencias de Ambrose Bierce y Edgar Allan Poe son evidentes, como se aprecia en las menciones a Carcosa, por ejemplo, así como un cierto simbolismo francés. Chambers estudió arte en Francia y Alemania, así que ese cierto «aire europeo» está presente en el libro. A su vez, la manera de describir sin describir, de hablar sin mencionar los más profundos horrores, sería una marca que dejaría en autores posteriores, como el ya mencionado Lovecraft o en Clark Ashton Smith.

Pese a todo, los relatos adolecen de una cierta pátina de ingenuidad, está claro que lograr inquietud y malestar psicológico a finales del siglo XIX no requería la misma intensidad que hoy en día, pero, pese a todo, como comentaba antes, la sensación está ahí, profundamente grabada en los relatos que parecen poseer un aura especial que el paso del tiempo no ha logrado arrebatar.

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Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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