La noticia no deja de sorprender por mucho que uno la lea un par de veces: L.J. Smith, conocida por su serie de libros juveniles Vampire Diaries, ha sido despedida por la editorial Harper Collins debido a divergencias creativas en las últimas entregas de la saga. Al parecer, HP tiene los derechos sobre personajes y marca y ha decidido largar a la autora para buscar otro escritor que retome los libros por donde ellos quieren que vayan.
Alucinante. Lo primero por enterarme que hay autores como L.J. Smith que han vendido la propiedad de su obra más allá de lo normal, supongo que para cobrar un verdadero pastizal, sin tener en cuenta que cualquier día la editorial podía darles la patada y dejar a sus personajes huérfanos de ideas. Lo segundo, por encontrar a una editorial tan grande que además no se haya dado cuenta del fenómeno fan sobre los autores que existe en la literatura juvenil y que ha hecho de L.J. Smith una estrella en su campo. De hecho, supongo que la serie de Night World será la que se lleve a la mayoría de sus seguidores dejando sólo a los más acérrimos seguidores esperando nuevas entregas de Vampire Diaries.
Desde luego, no animo a ningún autor a que se deshaga de sus creaciones a menos que sean producto de una franquicia alimenticia y no les tenga más cariño que a una factura telefónica, sin su obra, sin su reconocimiento, un autor pierde gran parte de lo que ofrece la literatura. Queda el dinero, por supuesto, pero para ser un negro literario tampoco hacen falta muchas alforjas.
Sin embargo, me gustaría pensar por un momento en los personajes abandonados de las novelas de L.J. Smith, alguno quizá angustiado como Augusto Pérez en Niebla, de Unamuno, acudiendo en busca de consejo a su autor para darse cuenta de que no hay nadie alrededor de la nívola en la que se encuentran. O, tal vez, les pase como en la obra Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, y acudan a su público televisivo rogando que les den un objetivo, un carácter, una buena frase que defina su existencia.
Lisa Jane Smith