Es inevitable. Todos los años, al finalizar diciembre, surgen las listas. Los discos más radiados. Los programas de más audiencia. Y claro, los libros más leídos. O más vendidos, porque aparentemente, cuando hablamos de libros, estas palabras son intercambiables. ¿Pero lo son realmente?
Un libro es un buen regalo, pero es un regalo muy personal, al igual que un perfume. Habitualmente nos cercioramos de que el perfume, regalo por excelencia de Navidad, es uno que gusta a nuestro agasajado, pero otras veces lo regalamos simplemente porque está de moda, viene en un frasco bonito o porque nos gusta a nosotros. Con los libros pasa algo parecido; el hecho de que una obra esté presente en la lista de más vendidos, más promocionados, o favoritos personales, lo convierte en un candidato perfecto, sobre todo si no conocemos muy a fondo a la persona a la que regalamos. Muchas veces me pregunto cuántos libros regalados por Navidades pasan de la estantería a las manos del lector. Puedo asegurar que en la mía hay unos cuantos que apenas he ojeado.
Aun así, sorprende la ausencia de variedad que adorna las listas de bestsellers literarios de este año. Stieg Larsson se mantiene firme, Ken Follett y Dan Brown arrasan como tienen por costumbre, John Grisham y Tom Clancy tienen éxito una vez más con las fórmulas que tan bien les funcionan, y otros dependen de su lugar de venta: en EEUU George W. Bush es uno de los superventas por excelencia, en Reino Unido las memorias de Tony Blair llenan las estanterías y en España nos decantamos por algunos favoritos habituales, como Matilde Asensi, el siempre presente Premio Planeta (que este año le ha tocado a Eduardo Mendoza), o alguna fábula con moraleja de Federico Moccia. Sólo sorprende Francia, que se mantiene fiel a su producción nacional y llena sus listas de ventas de autores francófonos. Es posible que esta inmovilidad internacional responda, cómo no, a la crisis económica; al haber menos medios económicos para las pequeñas editoriales, las grandes se comen el mercado y apuestan por valores seguros. Aparecen las revelaciones, como el Freedom de Jonathan Franzen o el Life del Rolling Stone Keith Richards, pero son escasas; y, según los datos de La Casa del Libro, el español medio invierte en el Manual de ortografía de la Real Academia (lo cual es esperanzador) lo mismo que invierte en el No consigo adelgazar de Pierre Dukan (lo cual no lo es tanto).
Esta falta de variedad no es un panorama positivo para el mundo de la literatura, pero siempre nos quedan pequeñas delicias para hacernos felices a los amantes de los libros, ahora que nosotros también tenemos nuestro porno particular. Sí, habéis leído bien, alejad la crisis y los enrevesados argumentos de espías del Sr. Grisham de vuestras atribuladas mentes y disfrutad un rato con esta web de auténtica pornografía para bibliófilos, repleta de maravillosas imágenes de bibliotecas, estanterías, e ingeniosas entidades a medio camino entre ambos: Bookshelf Porn
Y que el 2011 nos traiga salud, dinero, amor y muchos, muchos libros.