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Wicked, memorias de una bruja mala

AutorGabriella Campbell el 24 de enero de 2011 en Reseñas

Wicked

Se mire por donde se mire, el término “bruja” tiene connotaciones negativas. No hace falta practicar magia para ser bruja, basta con ser mujer, poco agraciada, malhumorada y algo vengativa. Está claro que ser bruja no está bien visto.

Probablemente algo por el estilo estaba pensando Gregory Maguire cuando creó a Elphaba, la peculiar mujer de piel verde, nariz afilada y carácter agrio que se transformaría en la Malvada Bruja del Oeste, la misma que imaginó L. Frank Baum cuando escribió su obra más conocida, la misma que imaginaron los guionistas que adaptaron dicha obra a la película musical posiblemente más conocida desde la invención del género. Sí, estamos hablando de El Mago de Oz. ¿Pero y si la bruja brujísima no fuese realmente tan malvada, sino simplemente una pobre víctima de las circunstancias, una inconformista en una sociedad cruel y corrupta?

Y las circunstancias son atenuantes: Elphaba nace con la piel del color equivocado, en el seno de una familia separada por la pobreza y el rencor, en un mundo donde no parece haber mucho espacio para el amor o el cariño. La vida parece empeñada en fallarle: todas sus metas se ven frustradas, de una manera u otra. La narración de Maguire funciona, extrañamente, a trompicones, con ritmos desiguales que parecen encajar en una suerte de atlas humano del maravilloso y terrible mundo de Oz. El entorno fantástico de Baum, en manos de Maguire, se parece en demasiadas cosas al nuestro; el régimen del Maravilloso Mago de Oz, con su mano autoritaria y sus limpiezas étnicas, no tiene nada que envidiarle a nuestras dictaduras más vergonzosas, y la indiferencia de todos los que la rodean provoca en Elphaba una ira justiciera que poco a poco se vuelve en su contra. La obra intenta tocar múltiples temas de manera casi simultánea: desde la búsqueda de aquello que nos hace humanos, que nos dota de conciencia, a la evaluación de la naturaleza del mal, pasando por la ética del terrorismo y la fuerza demoledora de la pasión. Seguramente no consiga tratar todos con la profundidad que se merecen, pero abre muchos interrogantes para el lector avispado, todo ello entremezclado con una prosa rica y sensorial, donde la sutiliza y lo que no se dice cobran más importancia que lo que se narra directamente.

Wicked: Memorias de una bruja mala es tan sólo la primera novela de una serie de la que ya van publicados tres volúmenes, con un cuarto, supuestamente el último, en progreso. Sin embargo, queda patente que el tiempo y esfuerzo invertidos por Maguire en la primera obra no pudieron mantenerse en su segunda parte, Hijo de bruja, debido seguramente al inmenso éxito de la primera y la presión por publicar una continuación en el menor tiempo posible. Las continuaciones de Wicked mantienen el encanto y el valor de entretenimiento de ésta, pero el profundo cuidado en el lenguaje y las pinceladas maestras de narración se echan en falta en sus epílogos. Wicked funciona muy bien como obra solitaria y, como en tantos otros casos, a veces es mejor quedarse con el libro original y prescindir de secuelas que pueden llegar a amargar el dulce aunque triste sabor que nos queda tras terminar de pasar sus páginas.

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