En este año 2010 podemos encontrar cómo muchos países de América Latina han celebrado orgullosos el Bicentenario de la Independencia. México, Argentina, Venezuela, Bolivia, Colombia o Chile, entre otros, han recordado el primer paso que dieron sus naciones hacia la emancipación.
Desde Lecturalia vamos a hablar de la gran relación entre la novela histórica y la independencia americana, un aspecto de gran influencia dentro de la literatura hispanoamericana y que ha sido tratado por algunos de los más grandes autores de la literatura en español.
Lo cierto es que es difícil definir, como ya hemos comentado en otras ocasiones, el término de Novela histórica. Si bien se considera su nacimiento como un ejemplo de nacionalismo y recuperación de una tradición anterior, siendo muy ligado al romanticismo, en América encontramos varios estadios dentro de la evolución del género, así como de los temas y perspectivas que se tratan en ellos.
Hay que tener en cuenta también que la mayoría de revoluciones son iniciadas y apoyadas por las élites burguesas americanas, una clase social criolla harta de la injerencia de España en sus propios asuntos, pero que sigue el mismo estilo y formación cultural de nuevo país en nuevo país, fundamentalmente europeo. Así que habría que hablar quizá en primer lugar de las crónicas realizadas en el momento. Libros inmediatamente posteriores a la revolución en los que se ensalza el papel nacional en busca de una rápida afiliación y de un prestigio nacional que ayude al nacimiento de los nuevos estados. Se diferencia de las crónicas europeas en que estas tratan de recuperar un pasado mítico mientras que en América se establecen las bases de un futuro común. Como ejemplos de este tipo de literatura habría que nombrar a autores como Vicente Fidel López y su Novia del hereje o a Eduardo Acevedo Díaz, Antonio Namiño y a Sarmiento con su celebrado Facundo.
Para los realmente aficionados a los documentos históricos será de especial importancia el portal que la Biblioteca Cervantes tiene dedicado precisamente a los documentos constitucionales de los países americanos. Allí están las cartas fundacionales tal y como sus redactores las escribieron, en muchas ocasiones en varias ocasiones. Es interesante revisarlas y comprobar cómo van cambiando el grado de derechos y libertades en cada una, aunque el espíritu republicano francés y americano es evidente.
Con la llegada del modernismo, cuyo engarce con el movimiento anterior sería otro autor destacado, el boliviano Nataniel Aguirre, la novela histórica pierde bastante interés, ya que se presta poco a las necesidades estéticas que busca este movimiento literario, aunque hubo excepciones como La gloria de don Ramiro, de Enrique Larreta.
Ya entrado el XX se aprecia un cierto grado de revisionismo con respecto a las novelas románticas, muchas de ellas llenas de estereotipos claros sobre el joven libertador y el tirano español inmersos en una lucha épica. Además, es una época convulsa para la mayoría de estados y la novela histórica también es utilizada para señalar nuevos problemas sociales. Como ejemplo de este tipo de novelas podríamos hablar del mexicano Martín Luis Guzmán, con obras como El águila y la serpiente (1926) o La sombra del Caudillo (1929). En este revisionismo ya no sólo se habla de las causas y el conflicto de la guerra, se habla también de las consecuencias y sería clave para la evolución del género histórico a partir de su publicación.