Segunda de las novelas protagonizadas por Marco Didio Falco de la mano de Lindsay Davis, un libro que de nuevo nos lleva a la Roma Imperial y a sus conjuras y misterios.
Si con La Plata de Britania Lindsay Davis nos presentaba a sus personajes protagonistas, en La estatua de bronce nos da la oportunidad de ahondar un poco más en la personalidad de Falco y también de conocer mejor al emperador Vespasiano, que sólo había intervenido muy puntualmente con anterioridad. Además, Davis introduce a un nuevo personaje en la saga: Anacrites, espía y burócrata sin piedad al servicio del emperador.
La historia de La estatua de bronce continúa a los pocos días de su anterior entrega, con la situación tal y como la habíamos dejado… con Falco trabajando para Vespasiano y haciéndose cargo de los peores encargos -y peor pagados- de la corte. En esta ocasión Falco viajará hasta Sicilia, Nápoles y Pompeya en busca de deshacer los flecos de una conspiración mientras un esclavo liberado, Barnabas, busca venganza por su antiguo amo muerto.
Poco hay que añadir a lo ya comentado del estilo de Davis, si acaso que Falco se muestra más Chandlerizado, si se me permite la expresión, y muchas de sus tajantes sentencias son dignas de entrar en el Hall of Fame de los Duros Detectives.
De nuevo hay que felicitar a Davis por conseguir una trama sencilla pero atrayente, que no desvela demasiado ni recurre al Deus ex Machina y que discurre por esa parte de la Roma histórica en el que pocos autores paran a relatar, la de los callejones oscuros, los ambientes rurales sin casi ley, los guardias de a pie y las viudas pobres.
La estatua de bronce se puede leer de manera independiente, pero es más que recomendable seguir el orden de lectura de los libros o es posible que se desvelen muchas de las claves de la primera novela. Quizá sea este el único punto realmente flaco de esta serie, su continuidad temporal es admirable pero obliga al lector a rebuscar bien antes de lanzarse a su disfrute.
Lindsey Davis
Marco Didio Falco