Muchos son los animales que se han hecho famosos gracias a obras literarias. De hacerse una encuesta entre los lectores de todo el mundo, estoy seguro de que algunos de los que voy a mencionar a continuación estarían entre los más votados.
Ni que decir tiene que Moby Dick estaría en el “top-10” de animales ficticios más populares de todos los tiempos. Este enorme y peligroso cachalote blanco se convirtió en inmortal tras la publicación de la novela homónima por parte del escritor estadounidense Herman Melville en 1851. La novela ha dejado principalmente dos personajes imborrables para la historia de la literatura: la propia Moby Dick y el capitán del barco ballenero Pequod, el indescifrable capitán Ahab. Hay que señalar que Moby Dick está basado en un cachalote albino real, llamado por los balleneros de la época Mocha Dick, que después de docenas de escaramuzas con navíos de varios tamaños fue finalmente abatido en 1838 frente a las costas chilenas. A esta ballena real se une otro hecho contemporáneo a Melville, el de un barco ballenero, el Essex, que sostuvo una épica batalla con un cachalote en 1820, yéndose finalmente a pique. Los supervivientes, divididos en varios grupos, tuvieron incluso que recurrir al canibalismo para poder sobrevivir.
Otro animal ficticio ampliamente conocido por el público es Shere Khan, el tigre protagonista de varios cuentos de Rudyard Kipling. Fue él el que, tras hostigar a los padres de Mowgli, hizo que éstos perdieran al pequeño humano, que sería después recogido por una pareja de lobos, que le dieron ese nombre debido a su carencia de pelo (Mowgli significaría literalmente “La rana”). Shere Khán, en la obra de Kipling, es un tigre de Bengala lisiado (sufre de una cojera que lo convierte en algo menos temible y en un rival aceptable y no imposible para Mowgli en su adolescencia). No es el único animal de “El libro de la selva” (o “El libro de las tierras vírgenes”) que es notablemente famoso: también hay que señalar a los dos lobos que ejercen de padres del niño, Ramma y Raksha, al jefe de la manada de lobos, Akela, al oso Baloo, la pantera Bagheera o la serpiente Kaa. Llama la atención que uno de los personajes más populares de la adaptación al cine de Walt Disney, el rey mono Louie, no aparezca en la obra de Kipling. Es más, dado que el pueblo de los monos aparece en estas historias como un ejemplo total de anarquía, la figura de Louie no hubiera tenido ningún sentido.
Otros animales muy famosos serían, por ejemplo, el fiel caballo de Don Quijote, Rocinante, un corcel que, aunque en palabras del caballero andante era “mejor montura que los famosos Babieca del Cid y Bucéfalo de Alejandro Magno“, al parecer no era más que un saco de huesos no mucho mejor que el asno en el que viajaba el pobre Sancho Panza.
Platero, ese burro imaginado por Juan Ramón Jiménez, ha dado lugar a uno de los inicios más conocidos de la literatura hispanoamericana. ¿Quién no recuerda estas líneas?
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente, rozándolas apenas,las florecillas rosas, celestes y gualdas. Lo llamo dulcemente: ¿Platero?, y viene a mi con un trotecillo alegre, que parece que se ríe en no se qué cascabeleo ideal.
Si Platero inspiraba ternura, y muchos fuimos los que lloramos con su muerte siendo niños, a unas edades parecidas hubo otro animal imaginario que nos puso los pelos como escarpias: el famoso sabueso gigante de los Baskerville, un chucho de tamaño descomunal que parecía estar al cuidado de una maldición centenaria. Dadle las gracias de tantos y tantos escalofríos a Arthur Conan Doyle. Afortunadamente, allí estaba Sherlock Holmes para desenmascarar el engaño, precisamente en una novela en la que el protagonista absoluto es el doctor Watson.
Todos estos animales, sin embargo, tienen que compartir protagonismo con humanos. Si queremos mencionar una obra en la que los animales son los auténticos amos (y nunca mejor dicho), nada mejor que recordar a los protagonistas y secundarios de “Rebelión en la granja“, la alegórica obra de George Orwell, en donde los humanos sólo aparecen en un segundo plano. O tal vez no, pero he ahí la gracia de esta genial novela.
Arthur Conan Doyle
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