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Las Sinsombrero: la Generación del 27 en clave femenina

AutorYolanda Galiana el 2 de marzo de 2022 en Divulgación
  • El movimiento cultural liderado por voces como García Lorca, Alberti o Cernuda no estuvo compuesto solo por hombres.
  • Tras la Segunda República las mujeres ganaron cierta autonomía y pudieron desarrollarse en el campo del arte, que hasta entonces se les tenía vetado.

Mujer vestida de época recostada en una silla

La Generación del 27 fue uno de los grupos de intelectuales más relevantes de la España del siglo XX. Al hablar de ella se nos vienen a la mente nombres como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Gerardo Diego o Vicente Aleixandre, entre muchos otros. Si nos detenemos a analizar este listado, que estudiamos del derecho y del revés durante la etapa educativa, hay un detalle que no podemos ni debemos pasar por alto: son todo hombres.

Recordamos a los artistas masculinos, pero ¿significa esto que las mujeres no tenían nada que decir en la época? ¿No había escritoras, poetas, dramaturgas, pintoras o escultoras? Las había, por supuesto que las había. Siempre han estado y siempre estarán. Sin embargo, como en tantos otros ámbitos, sus voces fueron borradas de la historia y es nuestra labor, la de todos nosotros, rescatarlas y devolverlas al lugar que merecen.

A continuación te presentamos a las Sinsombrero, el conjunto de mujeres que se desmarcaron de las convenciones sociales del momento y se hicieron un hueco en el arte, un sector que hasta el momento quedaba reservado a los hombres.

Contexto histórico

La Generación del 27 es el nombre con el que Dámaso Alonso bautizó al movimiento de jóvenes escritores y poetas que se reunió en Sevilla en 1927 en homenaje a una de las figuras clave del Siglo de Oro, Luis de Góngora. Los miembros de esta corriente, residentes la mayoría en Madrid y amigos unos de otros, quisieron renovar la poesía española sin llegar a romper con la tradición y los autores que les precedían, a quienes admiraban profundamente. Al mismo tiempo, no perdieron de vista los movimientos de vanguardia que les llegaban desde todos los rincones de Europa; de esta fusión entre lo clásico y lo moderno nacieron obras como Insomnio (Dámaso Alonso), Soneto de la guirnalda de rosas (Federico García Lorca), Aquí en esta orilla blanca (Pedro Salinas) o Cerré mi puerta al mundo (Emilio Prados).

Mientras los hombres se enriquecían de un panorama cultural lleno de oportunidades para ellos, las mujeres españolas eran relegadas al papel de madres y cuidadoras. Asimismo, desde Europa se estaba consolidando un nuevo modelo femenino: ellas, que tras la I Guerra Mundial se habían visto forzadas a asumir las funciones de los hombres que marcharon al frente, comenzaron a incorporarse al mercado laboral. Este contexto les permitió ganar cierta autonomía y las animó por fin a exigir los derechos que les correspondían, como el del voto o el de ocupar posiciones de prestigio en el entorno profesional.

El proceso de la liberación de la mujer se consolidaría en España con la proclamación de la Segunda República en 1931, un hecho histórico que les permitió el acceso a la educación y la cultura. En este periodo cobraron especial relevancia instituciones como la Residencia de Señoritas y el Lyceum Club Femenino, ambas fundadas por María de Maeztu y que servirían de lugar de encuentro entre mujeres con diferentes aspiraciones.

Origen de las Sinsombrero

Los círculos intelectuales madrileños se convirtieron así en espacios mixtos en los que tanto hombres como mujeres compartían su visión del mundo, sus posturas políticas y sus inquietudes artísticas. En este ambiente se propició la amistad entre algunos miembros de la Generación del 27 y mujeres de la alta sociedad que despuntaban en artes como la poesía o la pintura. Fueron de hecho unos amigos —Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y Federico García Lorca— quienes protagonizaron la anécdota que más adelante las agruparía a ellas, las virtuosas del movimiento, bajo la nómina de las Sinsombrero.

El evento tuvo lugar mientras los cuatro paseaban tranquilamente por la Puerta del Sol. Ese día decidieron llevar a cabo un acto que, para la época, era cuando menos revolucionario: quitarse el sombrero. La prenda otorgaba prestigio a quien la llevaba, por lo que despojarse de ella estaba muy mal visto. De hecho, tal y como relató la propia Maruja Mallo en unas grabaciones al volver del exilio, el gesto provocó que los transeúntes les insultaran e incluso apedrearan. Este suceso, por su cariz reivindicativo, sería el que daría nombre años después a todas las mujeres artistas que formaron parte de uno de los movimientos culturales más importantes de la España de principios del siglo XX.

Escritoras de la Generación del 27

Entre las personalidades femeninas adscritas a la nómina de las Sinsombrero destacaron algunas pintoras, escultoras, filósofas e incluso actrices; sin embargo, a nosotros nos ocupa las que se dedicaron a la escritura, especialmente la poesía. De entre todas ellas comenzaremos mencionando a las únicas dos mujeres que Gerardo Diego mentó en la segunda edición de la antología Poesía española contemporánea (1934): Josefina de la Torre y Ernestina de Champourcín.

Josefina de la Torre fue una artista polifacética que cultivó la interpretación, el canto y la literatura, convirtiéndose así en un icono de la vanguardia española y en un claro ejemplo del nuevo modelo de mujer. Se formó en Madrid, donde entró en contacto con los intelectuales de la época. Al estallido de la Guerra Civil regresó a su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria, y al terminar el conflicto bélico volvió a la capital, donde se centró en su carrera interpretativa y redujo notablemente su dedicación a la escritura.

Ernestina de Champourcín, por otra parte, fue una poeta que creció en un entorno tradicional y culto. Su contacto con la Generación del 27 vino a raíz de su amistad con Juan Ramón Jiménez, del que fue una fiel admiradora y a quien llegó a considerar su maestro. La guerra la llevó a exiliarse a Francia y México junto a su marido Juan José Domenchina, también versado en la poesía. Él falleció en Ciudad de México en 1959 y ella regresó una década más tarde a Madrid, donde se reunió con otras personalidades de la Generación del 27. Sin embargo, se sintió muy desvinculada de ellos y esa angustia quedó reflejada en sus obras posteriores (Primer exilio, La pared transparente o Huyeron todas las islas).

Otro nombre que no puede faltar al hablar de las Sinsombrero es el de la filósofa y ensayista María Zambrano, una figura referente del pensamiento contemporáneo español del siglo XX. Tomó partido por la República durante la Guerra Civil, postura que desencadenó su posterior exilio primero en Sudamérica y luego en otros países como Italia, Francia y Suiza. No sería hasta 1983 que volvería a pisar España, fijando su residencia en Madrid, donde fallecería en 1991. Su labor intelectual le granjeó premios tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias de las Letras en 1981 o el Cervantes en 1989, siendo ella la primera mujer a la que se le otorgó.

Cabe mencionar también a Concha Méndez, poeta de la que conservamos sus memorias gracias a unas cintas que transcribió posteriormente su nieta. Su poesía estaba cargada de optimismo, entusiasmo y fuerza, pero tras la guerra viró de ese tono jovial a uno más oscuro y pesimista. Editó junto a su marido Manuel Altolaguirre las obras de un gran número de miembros de la generación; con él se exilió a París una vez comenzada la Guerra Civil. Más adelante se trasladaron a la Habana y México, donde se separaron y ella vivió hasta su fallecimiento en diciembre de 1986.

La escritora Rosa Chacel también se vio obligada a emigrar durante la contienda. Aunque trabajó durante unos años en Madrid como enfermera, finalmente se fue con su hijo a Barcelona y luego a Valencia. En 1937 se instalaron en París y más adelante vivieron a caballo entre Río de Janeiro y Buenos Aires. Aunque posteriormente regresaría a España, siguió viajando por el mundo; solo al recibir una beca de la Fundación March decidió instalarse definitivamente en la capital, siendo esta su etapa más productiva como escritora. De sus obras cabría destacar La sinrazón, Barrio de Maravillas, Teresa o Estación. Ida y vuelta.

Por último cabe recalcar la figura de María Teresa León, que se licenció en Filosofía y Letras en la Institución Libre de Enseñanza. Se dedicó principalmente a la traducción y a la escritura, campo en el que se desenvolvió en una gran variedad de géneros: poesía, cuento, novela, biografía e incluso teatro. Tras un tiempo viviendo en Burgos se instaló en 1929 en Madrid, donde conoció a Rafael Alberti, con quien contraería matrimonio. Durante la guerra permaneció en la capital y trabajó en la junta de Defensa y Protección del Tesoro Artístico Nacional, que logró salvar cuadros del Museo del Prado. Al terminar el conflicto el matrimonio emigró a Argentina, donde vivieron más de dos décadas antes de marcharse a Roma. En 1977 regresó a su tierra natal, aunque ya enferma de Alzheimer.

Entonces, si hubo escritoras y poetas en la Generación del 27, ¿por qué no se las estudia en los colegios e institutos? Se ha teorizado ampliamente sobre el motivo del olvido de las Sinsombrero y una de las justificaciones más utilizadas es el exilio. Como la mayoría emigraron durante la Guerra Civil o en la posguerra, su legado fue borrándose de nuestra historia. Curiosamente, no ocurrió lo mismo con los hombres que también se exiliaron… Nos preguntamos por qué será.

Hoy, más que nunca, es momento de hablar de ellas, las mujeres a la sombra de la Generación del 27. Mujeres que brillaron con luz propia, que rompieron cánones y se liberaron del yugo de una sociedad que las asfixiaba. Mujeres que, sin duda, abrieron el camino a todas las que llegarían después.

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Yolanda Galiana

Lectora empedernida desde que tiene uso de razón. Disfruta perdiéndose entre las hojas de cualquier buena historia que caiga en sus manos y compartiendo las reseñas de sus lecturas en su propio blog literario, donde da rienda suelta a sus opiniones.

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