- Hablamos de algunos de los hurtos de libros y manuscritos más sonados de la historia.
- Auténticos bibliocleptómanos que han ganado grandes cantidades de dinero a costa de sus robos.
El universo de la lectura tiene su propia jerga específica, toda una serie de términos que se utilizan entre los lectores para referirse a determinadas actitudes y costumbres. Así pues, si hablamos de bibliomanía, nos referiremos a un trastorno obsesivo-compulsivo por coleccionar libros, y si alguien es bibliófilo, siente un amor profundo por la lectura, sin incurrir en la locura. Con una lectura un poco más negativa, nos encontramos ante el término bibliocleptomanía, que se refiere al afán de hurtar libros compulsivamente. Dicho de tal modo puede hacernos hasta gracia, pero a fin y a cuentas, a nadie le resulta agradable que le roben un libro. ¿Alguna vez has sido tú el autor o la autora de semejante delito? Seguro que alguna vez, quizás producto de un despiste, te has quedado un libro de la biblioteca o de algún amigo que te lo ha prestado y a quien nunca se lo has devuelto. Pero no te preocupes, por un error puntual no se te puede considerar bibliocleptómano. En cambio, robar libros por un valor de 200.000 dólares, sí que se considera hurto compulsivo.
Así lo hizo John Charles Gilkey, trabajador de los grandes almacenes Saks Fifth Avenue de San Francisco. Gilkey utilizó una lista de Modern Library que recogía las 100 mejores novelas del momento para comenzar con su recolección y, con semejante botín, ascender socialmente. Para llevar a cabo su hurto, utilizó cheques sin fondos y números de tarjetas de crédito robados que conseguía a través de su puesto de vendedor. De hecho, para que su jugada fuese redonda, tuvo que cambiar de identidad, a una más sofisticada. Sin embargo, Gilkey no era un amante de los libros, sino un mero coleccionista que convirtió este negocio en su forma de vida, llegando a ser arrestado en varias ocasiones. Además, también pasó una larga temporada en la prisión estatal de San Quentin, en California.
Quien también piso la prisión durante más de 18 meses fue Stanislass Gosse, aunque resulta poco tiempo en proporción al robo que cometió. Gosse, profesor de ingeniería mecánica de Estrasburgo, descubrió a través de la lectura de un libro sobre arquitectura antigua que, el aislado monasterio de Mont Sainte-Odile, situado en Alsacia, contaba con un pasadizo secreto directo a la biblioteca. Estamos hablando del año 2000, cuando dicho edificio ya funcionaba como un reformado hotel. Su biblioteca era conocida por albergar libros y manuscritos de incalculable valor económico y cultural. Volúmenes de gran tamaño que inexplicablemente comenzaron a desparecer de las estanterías, sin que nadie viese nada. Fue a través de una videograbación como descubrieron a este bibliocleptómano que durante tres años robo más de mil libros.
Sin embargo, si de robar manuscritos de gran valor se trata, Raymond Scott se lleva el primer premio. Este excéntrico anticuario británico, ya fallecido, que se hacía pasar por playboy internacional, ostenta la autoría del robo de una de las aproximadamente 200 copias existentes del First Folio de Shakespeare, que para quien no lo sepa, es una copia de la primera publicación de la colección de treinta y seis obras teatrales de Shakespeare. Rompió la encuadernación del libro, que según la acusación, había robado en el museo Pallas Green de la Universidad de Durham, en Inglaterra. En cambio, la versión de Scott era otra; dijo haberlo encontrado en Cuba, a través de la camarera de un hotel de la Habana, cuya pareja había heredado el libro de su madre, y quien le pidió que lo vendiese a una librería de Estados Unidos porque él no podía viajar. El libro reapareció en 2008, cuando Scott trató de venderlo en la Folger Shakespeare Library de Washington, eso sí, en bastante mal estado, pues faltaban algunas páginas. Aun así, se cuantificó su valía por 1,2 millones de euros.
Resulta que, por bonita que nos pueda resultar la afición de robar libros, no deja de ser un delito, y si no que se lo digan a Helen Schlie, quien lloró desconsolada el robo de la primera edición del Libro de Mormón, del que era propietaria. Un libro que rondaba los 100.000 dólares y que albergaba en su librería sin ningún tipo de protección ni seguridad. Schilie descubrió tiempo después quién había sustraído su tesoro, pues había intentado venderlo: Jay Michael Linford, que fue condenado a una larga temporada en la cárcel.