- Esta bárbara costumbre tiene milenios de tradición.
- Nunca estaremos a salvo de la censura.
En la época digital nos creemos a salvo de la quema de libros, del simbolismo y la fuerza que posee un acto tan bárbaro; el mensaje está claro, aquellos que queman nos están diciendo que controlan todo lo que vemos, oímos y sabemos. Pero desde que hay copias digitales, ¿acaso importa? Quizá algunos inocentes piensen que la red es libre y que no se puede controlar. También pensaban eso muchos bibliotecarios y libreros sobre los libros impresos. Hasta que los vieron arder.
La historia de la quema de libros surge, como no podía ser de otra forma, en la cuna de la imprenta, China. El emperador Quin Shi Huang desató en el 212 a.C. una quema de libros salvaje que asoló todo el territorio imperial. No contento con eso, también asesinó a cientos de intelectuales y académicos.
A partir de entonces, se han producido muchos episodios de quema y censura. Dejemos a un lado las terribles consecuencias de batallas y guerras, que acabaron con miles de manuscritos de valor incalculable, al arder hasta los cimientos las bibliotecas que los guardaban. Centrémonos en la quema deliberada de títulos determinados.
Un buen ejemplo lo encontramos en la persecución que el emperador romano Diocleciano realizó contra otras religiones de su época que se alejaban de la tradición del panteón romano o griego. Durante varias décadas persiguió a los maniqueos y a los cristianos, así como sus textos sagrados. No contento con esto, realizó purgas selectivas, como la gran quema de libros de alquimia de Alejandría en el 292 d. C.
En 1497 se produjo una enorme quema de libros en Florencia, ciudad que en aquel momento era un faro del conocimiento y la civilización. Poco se pudo hacer en contra del monje Girolamo Savonarola, que recorría Italia purificando con fuego todo aquello que pudiera incitar al pecado. Esto incluía libros y obras de arte. A esta gran salvajada se la denominó “la hoguera de las vanidades” y se perdieron tesoros de Ovidio, Dante, Bocaccio y Propercio.
Saltamos al siglo XVI, en plena conquista del territorio americano. El choque de culturas no es nada pacífico, y el sacerdote Diego de Landa -milenarista, torturador y asesino- hace gala de la intolerancia y orgullo propios de los fanáticos de la época, y decide quemar todos los códices mayas que habían encontrado. Este acto vandálico ha privado a la humanidad de un conocimiento único sobre los pueblos indígenas. Eso sí, de vuelta a España, un tribunal eclesiástico le dijo que había sido “un poco rígido”.
Otro gran ejemplo de fanatismo religioso y quema de libros lo encontramos en la Granada del siglo XVI, cuando se obligó a sus habitantes a entregar los libros escritos en árabe que poseían. Los que eran sobre medicina se guardaron, y los que no, se quemaron. Incluyendo la mayor parte de la biblioteca de la Madraza, la más antigua de Granada y casi de todo el territorio peninsular.
Con la llegada del fascismo, las quemas de libros se hicieron más y más comunes, siendo quizá la más conocida la de la Bebelplatz en 1933, cuando los nazis decidieron acabar con todos los libros relacionados con la cultura judía y también con teorías políticas contrarias a su pensamiento, como el marxismo.
Esta quema fue el detonante de una serie de más de 20 hogueras en las principales universidades alemanas. Como es lógico, otros regímenes similares, como el franquista, el fascista italiano o las dictaduras sudamericanas, practicaron las quemas con alegría.