- Hay noches especiales para aterrorizar a la audiencia.
- No basta con leer una historia de miedo.
La Víspera de Difuntos, Halloween, la Noche de Brujas, Samhain… diferentes nombres para una velada asociada ya de manera indeleble a cierto terror festivo. Una de las mejores actividades que se pueden hacer la noche del 31 de octubre es reunir a amigos y familia y dedicarse a contar historias escalofriantes. Esta actividad nos lleva a compartir mucho más de lo que parece, pues, en el fondo, no somos más que pequeñas tribus que espantan la oscuridad reunidos alrededor del fuego. Hoy os vamos a dar algunos consejos para conseguir que vuestros cuentos de terror espanten hasta a los más valientes.
Escoge con cuidado tu material.
Si eres aficionado a la escritura puedes usar un relato propio, aunque usar algún relato clásico siempre funciona (ahí tienes a Poe, por ejemplo). Quizá lo mejor sea utilizar material inédito, la sorpresa es tu mejor arma. Las leyendas urbanas son un ejemplo de cómo asustar con elementos contemporáneos. Las historias creepypasta que puedes encontrar por la red funcionarán muy bien con los adolescentes. Lee y apréndete el texto, hazlo tuyo y usa el papel solo como guía. Adaptar las historias a tu ciudad le dará un toque más cercano. Y cuanto más cercano… más miedo da.
Prepara el escenario de la narración.
Para contar una buena historia de miedo, hace falta un poco de preparación teatral. Lo ideal es que la gente se siente a tu alrededor, de manera que puedas dirigirte a cada uno de ellos con facilidad. Todos juntos y cerca del narrador. Si puedes controlar la luz, perfecto, lo mejor es conseguir una penumbra inquietante, con velas, el fuego de una chimenea… También es importante el silencio. Eso sí, no hay que pasarse, la gente tiene que estar relajada y confiar en el narrador. De nuevo, cuanta más confianza… más miedo da.
Interpreta el miedo.
No estás haciendo una lectura, estás viviendo la historia. Como si la estuvieras sufriendo. Si “algo llama a la puerta”, gírate y mira hacia la oscuridad. Si “no sabía dónde esconderse” arremángate y pon cara de confusión. Haz ruidos: “Ding Ding Ding, sonó la campanilla”. Imita al cuervo de Poe sobre el busto de Atenea graznando “Nunca jamás”.
No mantengas la intensidad todo el rato.
Al contar una historia de terror podemos pensar que hay que ir a por la audiencia todo el rato, pero lo cierto es que lo mejor es dejar que se relajen de vez en cuando, para que no se salgan de la historia. Puedes parar para beber un vaso de agua y bromear. O decir cosas como, “no sé si debería seguir contando esta historia” y preguntar a los presentes. Mantener un buen ritmo es fundamental.
Termina siempre con un giro.
Las historias de miedo escritas no funcionan igual que las narradas. En el cuento oral hace falta siempre un buen golpe final que haga abrir bien los ojos a la audiencia. Puede quedar algo inocente, pero un “nadie volvió a verlo hasta… ¡ESTA NOCHE!” mientras sacas un hacha de plástico ensangrentado es un final en el que se junta el miedo con la risa liberadora. Y, al fin y al cabo, ¿no es eso lo que estamos buscando?