- Un estudio publicado en el Journal of Neuroscience parece probarlo.
- Escuchar una historia es igual que leerla.
No todo el mundo tiene tiempo para sentarse delante de un libro, o bien le es más cómodo escuchar una historia mientras conduce o está en el gimnasio. A mucha gente le parece que ponerse un audiolibro no es igual que leer un libro, como si se perdiera algo en el proceso, una suerte de calidad indefinida que aporta la lectura tradicional. Pero si miramos a fondo lo que pasa en nuestro cerebro cuando leemos o escuchamos audiolibros, parece que apenas hay diferencias.
Un estudio de la Universidad de Berkeley, recientemente publicado en el Journal of Neuroscience, analizó los cerebros de nueve participantes mientras leían y escuchaban varios relatos. Después de mirar cómo se procesaba cada palabra en el córtex cerebral, crearon mapas de los cerebros de los participantes, marcando las áreas que se activaban con cada palabra.
Analizando posteriormente estos escáneres cerebrales, los investigadores llegaron a la conclusión de que las historias estimulaban las mismas áreas cognitivas y emocionales, sin importar el medio en que llegaran al cerebro. Esto es un paso adelante en comprender cómo los cerebros dan sentido semántico tanto a las palabras escritas como al lenguaje sonoro, puntos clave de nuestra comunicación.
Desde 2016 sabemos cómo el cerebro se activa con cada palabra, pero también con la recepción de las emociones que se narraban en los textos. Es decir, podemos ver qué zona del cerebro brilla con la palabra “padre”, y también qué parte se dedica a traducir momentos dramáticos o emocionantes.
En este estudio lo que se hace es comparar cómo reacciona el cerebro a la palabra escrita y la pronunciada, y lo interesante es que lo hace de la misma manera. Da igual si el mensaje llega a través de los ojos o de los oídos, el cerebro procesa la información en el mismo sitio.
Los investigadores quieren ir más allá, buscando los límites de cómo funciona el cerebro en otros idiomas que no sean el nativo, por ejemplo, puede servir para que los audiolibros encuentren su lugar en el campo educativo. Uno de los ejemplos claros es el de las personas con dislexia, que pueden usar los audiolibros como una alternativa a los libros tradicionales dentro de la escuela.
Y sí, los audiolibros parecen ser similares a los libros tradicionales… en igualdad de circunstancias. Habrá que ver cómo reacciona el cerebro ante un audiolibro mientras estás haciendo otra cosa, como conducir, cocinar o machacando cincuenta sentadillas. Seguro que el cerebro, ahí, está un poco más saturado.