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Cuando la CIA dio forma a la literatura contemporánea

AutorAlfredo Álamo el 19 de diciembre de 2018 en Divulgación
  • Durante la Guerra Fría invirtió en cierto tipo de literatura.
  • Se potenció desde grandes universidades.

Vieja máquina de escribir.

Ya en los años 60 del siglo XX se dio a conocer un programa de la CIA estadounidense dedicado a apoyar cierto tipo de arte que consideraban claramente anticomunista. Dejando a un lado los criterios utilizados, algunos de ellos bastante extraños, hace relativamente poco que algunas voces conservadoras han pedido una reedición de este tipo de campañas para acabar con movimientos de izquierda en todo el mundo.

En el caso de la literatura, la mejor fuente sobre el tema es el libro de Joel Whitney, Finks, en el que analiza las tácticas culturales de la CIA sobre autores y crítica. En este libro, Whitney profundiza en la relación entre decenas de escritores y revistas culturales, como The Paris Review, respecto a las preferencias de la agencia estadounidense.

Whitney llama a las tácticas de la CIA una «inversión de la influencia. Es la instrumentalización de la escritura… es la sensación de que el miedo dicta las reglas de la cultura, y, por supuesto, también del periodismo». Otro autor, Eric Bennett, habla en su libro Workshops of the Empire (Talleres del imperio) de cómo la CIA influyó no solo en el mundo editorial, sino también en la propia creación a través del programa de escritura creativa de la Universidad de Iowa.

El taller de la Universidad de Iowa nació en los años 30 del siglo XX, convirtiéndose con los años en uno de los más importantes e influyentes en los Estados Unidos y el resto de países bajo su influencia cultural, por no hablar del resto de programas universitarios, que siguieron su estela.

De hecho, más de la mitad de los programas de escritura creativa en Estados Unidos de los años 70 fueron fundados por antiguos alumnos de Iowa. Hubo mucho dinero para becas y talleres durante estos años, bien a partir de fondos de la CIA o de fundaciones afines que buscaban mantener fuera al socialismo. ¿Su cabeza visible? El autor y académico Paul Engle.

Bajo la dirección de Engle surgieron grandes figuras literarias, como Raymond Carver o Flannery O’Connor. Su trabajo en el campo de la literatura resultó en cierta limitación en cuanto a los estilos dentro de la escritura. Más de un autor fue marcado y expulsado de los círculos literarios de primer nivel, mientras que el resto era seleccionado en base a unos criterios particulares.

Se alabó mucho en su momento a la ficción modernista de la Nueva Crítica, que seguía los pasos de Scott Fitzgerald o John Cheever, así como el realismo mágico, que para la CIA significó un intento de penetrar en la literatura latinoamericana (siempre según Whitney y Benett).

Así pues, no es que los autores fueran conscientes del proceso de selección, pero solo unos cuantos que se ajustaban a los criterios deseados pasaban el primer corte y aparecían en revistas y antologías seleccionadas por una crítica controlada por la CIA. Aquellos críticos que no se plegaron a las sugerencias fueron apartados a publicaciones menores y señalados como polémicos.

El interés por el control literario llevó a intentar dar forma y estilo a una generación de autores bajo unos conceptos sencillos. Timothy Aubrey, del New York Times, los resume: «La buena literatura, según aprendieron los estudiantes, es aquella que contiene sensaciones, no doctrinas; experiencias, no dogmas; memorias, no filosofías». Estas reglas están hoy en día tan integradas en el canon estético de la alta literatura que cualquiera que las rompa está destinado a recorrer la ficción independiente y, a la larga, el olvido.

Talleres como el de Iowa fueron utilizados para crear un modelo cultural cuyo estilo y temática resultara refractario al comunista. Un intento de apartar a los autores más filosóficos y sociales y sustituirlos por aquellos centrados en el yo, en la línea corta y poco reflexiva; por aquellos cuya obra era más impactante en lo sensorial que en lo filosófico.

Hoy en día, esta influencia se ha dejado de aplicar directamente, pero no se puede obviar que gran parte de la literatura occidental contemporánea se ha creado en base a ese modelo, en el que no solo se controlaba la creación, sino también un mercado donde pasar por el beneplácito de la crítica era absolutamente necesario.

Vía: Open Culture

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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