- Su origen se remonta al nacimiento del propio teatro.
- El propio García Lorca realizó tres piezas para títeres de cachiporra.
El arte del títere es una expresión que nace con el primer teatro, siendo una forma de expresión habitual de la cultura grecorromana. De las marionetas manejadas por hilos a los títeres huecos existe una variedad enorme de muñecos que llevan miles de años haciendo las delicias de adultos y pequeños. Durante la Edad Media se representaban tanto obras pagadas por la Iglesia Católica para contar historias morales como otras que recogían los grandes poemas épicos de la época, como El cantar de Roldán.
Durante los siglos XVIII y XIX las marionetas y los títeres gozaron de una gran popularidad y se configuraron los personajes principales de su repertorio, llegando a ocupar un puesto de honor como espectáculo para aristócratas, lo cual hizo refinar y avanzar las historias y los mecanismos. De esta época es uno de los protagonistas más conocidos: Guignol, nacido en Francia de la mano de Laurent Mourguet, enfrentado casi siempre al gendarme Flagéolet.
Y es que en el mundo de los títeres hay una sección dedicada a la violencia y la persecución, la denuncia y la sátira, que se ve perfectamente en la tradición británica de Punch & Judy, que vienen, como Guignol, de la Comedia de Arte italiana, siendo una adaptación de Polichinela. Ahí podríamos encontrar el origen de los títeres de cachiporra, en los que nunca falta una buena paliza, varias persecuciones y que si bien su argumento puede ser infantil, suele estar cargado de una gran incorrección política.
Las formas clásicas de este tipo de teatro fueron objeto de la atención de las vanguardias de principios del siglo XX, destacando más tarde por textos como los que escribió Federico García Lorca, como la Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita o El retablillo de Don Cristóbal, donde, pese al medio de marionetas, se muestran como farsas llenas de sátira. Hoy en día podemos encontrar obras que van más allá del espectáculo infantil, incluyendo algunas dedicadas a la denuncia política y social, abrigados en la tradición burlesca propia de los viejos bufones.
Habrá a quien le sorprenda que la violencia más exagerada, las persecuciones y los enredos son del gusto infantil, pero la verdad es que los más jóvenes siguen disfrutando con este tipo de espectáculos, en los que se incluyen algunos elementos propios de las tradiciones populares de lo más sangrientos. Sí, los tiempos cambian y con ellos se suavizan estas historias y se separa la sátira y la violencia de un teatro más amable y menos polémico, algo que choca con la vieja tradición de darle al malo un cachiporrazo en toda la cabeza hasta matarlo, para alborozo de los niños presentes.