- Agrippa fue un proyecto artístico creado por William Gibson y Dennis Ashbaugh.
- El poema se autodestruía tras su lectura, tanto en digital como en libro físico.
En 1992 el artista Dennis Ashbaugh y el editor Kevn Begos contactaron con el escritor americano, y padre del ciberpunk, William Gibson con una propuesta nada convencional: la creación de un poema que sólo pudiera leerse una vez antes de desaparecer. Ese fue el punto de partida de Agrippa (Un libro de los muertos) cuya versión electrónica -grabada en un disco flexible- sólo dejaba ver el poema línea a línea antes de encriptarse de manera definitiva. O al menos así sucedió durante casi 20 años.
El poema de Gibson habla de la memoria y de cómo se desvanece. De ese mismo modo, la lectura del poema significaba su propia desaparición. En la versión de papel sucedía del mismo modo, ya que Ashbagh preparó un sistema fotosensible que haría ir desvaneciéndose el contenido del libro en cuanto recibiera algo de luz.
El libro se presentó en público en 1992 en un evento llamado La Transmisión, en una lectura parcial del poema que se retransmitía a diversas ciudades. Aparentemente, un grupo de estudiantes logró grabar el poema en vídeo antes de que se encriptara y pronto empezaron a moverse por Internet algunas copias.
Durante casi 20 años la encriptación de Agrippa ha supuesto un juego y un desafío para muchos aficionados al hacking y se creó una web dedicada a romper el cifrado, convocando varios certámenes hasta que en 2012 Robert Xiao logró crackearlo de manera efectiva.
Si tenéis curiosidad por cómo se veía el poema corriendo en un Mac de la época, aquí os dejamos un vídeo con la emulación del programa y el texto en inglés de la obra de Gibson:
En cuanto al poema en papel, que salió en dos ediciones limitadas, no se sabe bien cuántos ejemplares hay impresos, pero algunos museos, como el Victoria & Albert Museum de Londres, posee uno de los más caros, que fueron vendidos por 1.500 dólares, igual que la copia que posee la Biblioteca de Nueva York y que mantiene en su colección de libros raros.
De hecho, uno de los grandes desafíos a los que se enfrentaron los artistas fue mandar las dos copias que por ley hay que enviar a la Biblioteca del Congreso, ya que los documentalistas debían leer el poema para poder clasificarlo y eso significaría la propia destrucción del texto. Finalmente, decidieron mandar una copia que no se borrara.
William Gibson