El papel de un autor como representante de unos ideales o de una causa social se da cada vez menos, pero a finales del siglo XIX, escritores como Émile Zola tenían muy claras sus prioridades. Zola se implicó en uno de los escándalos más importantes de la Tercera República Francesa y por ello tuvo que huir y vivir en el exilio.
Zola fue la voz de los autores naturalistas, mostrando la sociedad francesa desde una perspectiva cruda y dramática, alejada de los cánones más apreciados por la crítica oficial, pero que gozaba de gran éxito entre el público. Zola firmó obras tan importantes para entender la situación popular de su época como Germinal o La tierra, además de auténticos dramas truculentos como La bestia humana, siempre tratando de contar la historia de Francia a través de una perspectiva personal.
Zola, pues, era un autor de renombre, consolidado, y de gran influencia. En 1897 publicó su famosa carta Yo acuso en el periódico L’Aurore, desatando una polémica que sacudió el gobierno francés a todos los niveles. Zola consideraba que el proceso contra el capitán Alfred Dreyfus estaba viciado de antisemitismo y que se habían manipulado numerosas pruebas para condenar al militar francés. Sus palabras, dirigidas al presidente de la república, tuvieron una tirada de 300.000 ejemplares, haciendo saltar todas las alarmas.
El Caso Dreyfus dividió a la sociedad francesa y Zola pronto recibió malas noticias, ya que fue denunciado por difamación y condenado a pagar 7.500 francos además de a un año de cárcel. Zola, entonces, huyó a Londres donde pasó un año viviendo en secreto mientras seguía de cerca la situación política en Francia. A su vuelta siguió insistiendo en la inocencia de Dreyfus, pese a que fue finalmente condenado.
Zola sufrió el embargo de sus bienes y la persecución mediática iniciada por el gobierno y varios diarios derechistas. Sin embargo, se mantuvo firme en sus posiciones y se ganó el favor del pueblo francés. Pese a todo, en 1890 le fue negado el ingreso en la Academia Francesa. En 1902 Zola murió en un accidente -ahogado por el humo de su chimenea- y no pudo ver cómo Dreyfus era finalmente rehabilitado en 1906. La extrema derecha nunca le perdonó su papel en este proceso.
Émile Zola