Ah, los escritores. Gente peculiar, sin duda. Muchos de ellos absortos en sus obras, buscando inspiración en lugares extraños o, simplemente, con una capacidad especial para aburrirse de lo lindo. En cualquier caso, caldo de cultivo ideal para una buena ración de divertidas anécdotas que, a buen seguro, os van a interesar.
Alejandro Dumas era un lector compulsivo. Una tarde, su hijo lo encontró completamente absorto en la lectura de un manuscrito y no pudo evitar preguntarle por el libro.
-¡Es una novela fascinante! No puedo esperar para averiguar qué les va a pasar a los personajes.
-¿Y quién es el autor?
-¡Yo! ¡Lo he escrito yo!
No hay que extrañarse demasiado. Quizá Dumas encontró uno de los libros que había firmado como autor, pero que pertenecía a su factoría de autores que alimentaban los diarios de folletines con su nombre.
Goethe era un asiduo practicante del género epistolar. Sus cartas eran famosas por su ingenio y sagacidad. En una ocasión contestó a un amigo con una carta mucho más larga de lo habitual. Al final, como disculpa, escribió una posdata:
Siento mucho mandarte una carta tan larga, no he encontrado tiempo para poder escribir una más corta.
Thomas Mann recibió a un joven autor que acudía a él en busca de consejo. Éste le presentó su manuscrito y esperó impaciente la opinión del maestro.
-Creo que debería leer mucho más -dijo Mann.
-¿Por qué? -preguntó el joven.
– Porque si lee mucho, así no tendrá tiempo para escribir.
Se cuenta que bien entrada una noche, Enrique Vila-Matas se subió a un taxi y, antes de nada, le dijo al taxista:
-Usted no lo sabe, pero soy el diablo.
El conductor suspiró, ajustó el retrovisor y dijo:
-Ya lo sé, señor Vila-Matas, ya lo sé.
Lo que ya no cuenta el rumor es si el taxista devolvió al infierno a Vila-Matas.
Y hasta aquí nuestras anécdotas de hoy. Pronto volveremos con nuevos rumores y sucesos sobre los autores más conocidos. Os esperamos, como siempre, en los comentarios.