Se nos fue Ana María Matute, y con ella gran parte de la ilusión con la que vivía la literatura en España. Yo ya me había hecho a la idea no sólo de que Matute viviría para siempre, sino que además seguiría escribiendo una novela tras otra. Y que seguiría sorprendiéndome. Pero la realidad parece al final más terca de lo que esperaba y la pasión por la literatura, por los libros y por la escritura no ha sido suficiente y Matute nos ha dejado huérfanos de magia.
Ana María Matute vivió la Guerra Civil y la posguerra, dos de los peores momentos de la historia de España, y a cambio nos regaló Primera memoria y Pequeño Teatro. En aquella época del desencanto, dos novelas con las que ganó el Nadal y el Planeta. Había escrito la primera versión de Pequeño Teatro a los 17 años. ¿Os lo imagináis? Estamos hablando del franquismo más absoluto y tenemos a una joven que se hace con los premios literarios más importantes del país… pero con una voluntad de hierro que hace que su vida personal, su propia búsqueda de la felicidad, se mostró un escollo insalvable para la sociedad de su época.
Yo descubrí la obra de Matute primero con sus cuentos y luego, creo que tendría 19 o 20 años, con Olvidado Rey Gudú. Para mí es una de las obras cumbres de la literatura fantástica en castellano y uno de los libros que me dieron el empujón definitivo para querer ser escritor. Luego, claro, descubrí El río, Los Abel, Luciérnagas… aprendí lo que significaba una vida dedicada a las letras, un compromiso inquebrantable con la literatura.
Sí, Ana María Matute nos ha dejado a los 88 años demostrando hasta el final su maestría y ganas de escribir. El año pasado anunció que estaba trabajando en una nueva novela, pero que le estaba costando mucho. El título era Demonios familiares y justo hace un par de días vi su fecha de lanzamiento para finales de septiembre de este año. Me quedo con la primera frase de este libro que verá la luz dentro de poco, como último y sentido homenaje a una de las mejores autoras de la literatura en castellano: Algunas noches el coronel oía llorar a un niño en la oscuridad.
Ana María Matute