Me pregunto qué sintió el libro de Millás cuando lo recibí en la oficina. Estaba tan tranquilo, en un sobre de papel grueso, dentro de otro de plástico más grande, que casi me dio pena sacarlo a la luz y, sin mucho calentamiento, lo reconozco, abrirlo por la mitad y hacer una revisión somera de su tipo de papel, sus márgenes y su tipografía. Me habían dicho que los libros de Millás eran fáciles al principio, pero que luego se hacían los estrechos, así que decidí que lo mejor era empezar a leerlo en la cama y luego, pues ya veríamos.
La mujer loca se me apareció a las primeras líneas. Una mujer con visiones de frases a las que vivisecciona y arregla, cura (o revienta) en una suerte de consultorio gramatical, un gabinete de los horrores sintácticos y semióticos. Además es pescadera. Hasta ahí el libro se mostró, aunque extraño, sugerente. Lo más surreal, por raro que parezca, no había llegado.
Aprovechando que Seix Barral presentaba el libro en Madrid, me metieron en un tren con el libro a medio leer. Ahí ya nuestra relación era diferente. Además de la mujer loca en el tren viajaba conmigo otro Millás; no, qué digo, un mínimo de otros dos Millás. El Millás que escribía el libro y el que lo vivía, pues en la narración, en tercera persona, es el propio (o ajeno) Millás el que vive la ficción.
La mujer loca además cohabita con otros personajes, algunos de ellos fugaces y otros que se retuercen a medida que avanza la historia, convirtiéndose en sorprendentes, dejando claro que en una novela, aunque sea en una novela falsa como esta, siempre hay espacio para la revelación, e incluso la expiación.
Al llegar a Madrid bajé solo del tren. La mujer loca y los dos Millás habían desaparecido a cambio de una buena historia cargada con balas de amor a la literatura, a su posesión, a su poder catártico y de curación. Luego, en la presentación, no podía dejar de pensar si el Millás que allí estaba sentado era el Millás de aquí o el Millás de allá, o acaso otro Millás más, capaz de hablar de sí mismo en tercera persona, padre de todos los anteriores, que yo mismo me había inventado, incluso antes de sacar de su sobre aquella maravillosa y tímida novela falsa.
Juan José Millás
La mujer loca