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Los escritores no son personas normales (I)

AutorGabriella Campbell el 23 de octubre de 2013 en Divulgación

Escritores normales

Cuantos más escritores conozco, más tiendo a encontrar grupos y subgrupos de autores. Cada hombre o mujer es un mundo, es cierto, pero es divertido clasificar a los demás en la cabeza de uno de manera casi inconsciente. Por un lado, está el escritor experto en mercadotecnia, el que concibe su obra como un producto y lo vende como tal; por otro lado está el artista, el escritor puro, aquel cuya creación es un acto excelso fruto de la inspiración más elevada. Por supuesto que casi todos los escritores caen en el grisáceo terreno intermedio, y de vez en cuando uno da con un escritor de gran talento que invierte una considerable cantidad de tiempo en trabajar sus habilidades y en promocionar, con gusto y tiento, su obra, pero nada es tan interesante (o irritante) como dar con alguno de los que se encuentran en el lado más alejado del espectro.

No nos centraremos ahora en los grandes vendedores, en esos comerciales de lo escrito que utilizan cualquier medio a su alcance (sea legal, ético, o no) para intentar que su obra sea rentable. Ya os hemos hablado de autores que pagan por recibir reseñas positivas, por ejemplo, y de los negocios que se crean alrededor de este tipo de escritor, desde tipos de coedición poco ortodoxos al tráfico directo de influencias más descarado y nefasto. Hablaremos ahora de los que consideran la escritura como el más sublime arte, y que se enfrentan a esta tarea con rituales que se distancian de la normalidad.

Algo hemos comentado ya de las pequeñas (y grandes) manías de los escritores reconocidos, pero es que el tema da para bastante. Una de mis manías favoritas es aquella que lleva a los escritores a realizar su trabajo de pie, y aunque esto puede partir de muchas razones, algunas lógicas y otras no tanto, hoy en día es una costumbre que empieza a ponerse de moda, debido al poco saludable hábito de estar sentados delante del ordenador durante demasiadas horas, con sus correspondientes problemas de espalda y de postura en general. Podemos encontrar inventos como las mesas para trabajar de pie, o incluso bicis estáticas que nos permiten hacer ejercicio mientras usamos el ordenador. Pero mucho antes de que comenzaran a aparecer estas novedades, muchos escritores famosos ya tenían esta costumbre de trabajar de pie. Hemingway, por ejemplo, Lewis Carroll, Thomas Wolfe (que escribía sobre un frigorífico) o Nabokov. Más cercanos a nuestro tiempo tenemos a Philip Roth, que escribe (o escribía, ya que asegura que se ha jubilado) usando un atril, andando de un lado a otro mientras reflexiona sobre lo escrito. Asegura que anda unos 800 metros por cada página que crea.

Pero detrás de costumbres que pueden parecer anormales, puede haber explicaciones perfectamente razonables (por no hablar de que en muchas ocasiones las supuestas manías de los escritores son exageraciones de la realidad perpetradas por familiares y conocidos). Es el caso de Joyce, de quien se dice que escribía siempre vestido con una chaqueta blanca y con una cera gorda azul sobre el papel. Según la escritora y autora Celia Blue Johnson, que publicó un libro muy detallado sobre rituales y costumbres extrañas de grandes de la literatura, esto se debía a una razón muy sencilla. Joyce tenía muchos problemas de vista (se había sometido a más de veinte operaciones que en nada habían mejorado su dolencia), y por esto necesitaba de una cera grande para ver lo que escribía. La chaqueta blanca, por otro lado, reflejaba mejor la luz artificial que usaba para escribir de noche. Así que, como podéis comprobar, no todas las manías responden a la excentricidad. De ello seguiremos hablando en la siguiente entrega del artículo.

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