Aunque Philip K. Dick fue un autor popular y reconocido en vida, no cabe duda de que el auténtico éxito le llegó a raíz de su muerte prematura en 1982. Películas como Blade Runner y Minority Report, basadas en obras suyas, o la acuñación del calificativo «dickiano» para referirse a las situaciones narrativas en las que se pone en tela de juicio nuestra percepción subjetiva de la realidad (y ahí caben desde Matrix hasta Olvídate de mí) han convertido a Dick en el autor de ciencia ficción más influyente, superando de largo a los cuatro nombres intocables de la Edad de Oro (Asimov, Bradbury, Clarke y Heinlein) y las luminarias que más están influyendo en los autores del canon literario de principios de milenio (Ballard, Gibson, Lem o Vonnegut). Podría parecer que la ciencia ficción era algo consustancial a Philip K. Dick, pero, si rascamos un poco, descubriremos que no.
Remontémonos a los primeros años de la década de 1950. El veinteañero Dick deja la tienda de discos donde trabajaba para dedicarse a tiempo completo a la escritura. Consigue vender sus relatos a las revistas de ciencia ficción punteras de la época (Planet Stories y Galaxy, en particular) y, como es muy prolífico, no tarda en publicar un centenar de historias. Pero lo que le gusta de verdad es la música clásica y la narrativa contemporánea, así que, animado por su subversiva segunda esposa, Kleo Apostolides, se embarcó en la escritura de seis novelas de literatura general, muy influidas por el espíritu beatnik de la época, en las que reflejaba las vidas de varias parejas como él, de clase media y entorno urbano en la región de Berkeley y San Francisco. Les puso mucho empeño, muchas ganas, mucha ilusión y muchísimo estilo literario. Y, sin embargo, no consiguió vender ninguna; es más, su agente literario se las rechazó en bloque, y solo pudo publicar una de ellas en vida, Confesiones de un artista de mierda, que tiene algunas de las escenas más brutales y delirantes de la carrera de Dick (solo dos pistas, por no hacer spoilers: una matanza de animales y una espera frustrante del fin del mundo). Las otras han ido apareciendo después de su muerte, y el consenso es que hay de todo, aunque, en líneas generales, son novelas costumbristas de interés muy variable, pero que anticipan muchas de sus constantes narrativas. Por ejemplo, Mary, la protagonista de Mary y el gigante, es el prototipo de mujer dickiana, y debo decir que es uno de sus personajes femeninos más logrados.
Para los interesados en el asunto, estas novelas son (en orden de escritura) Voices from the Street, Gather Yourselves Together, Mary y el gigante, A Time for Georges Stavros, Pilgrim on the Hill, The Broken Bubble of Thisbe Holt, Ir tirando, In Milton Lumky Territory, Confesiones de un artista de mierda, The Man Whose Teeth Were Exactly Alike y Humpty Dumpty in Oakland. Como ven, solo tres de ellas se han traducido al español.
¿Qué ocurrió con Dick después del mazazo moral que a buen seguro debió de suponer el que los agentes tiraran a la basura prácticamente toda su producción novelística de la década de 1950? Bueno, su tercera mujer, Anne, era mucho más práctica y puso a Dick a trabajar a destajo en lo que realmente sabía vender: las novelas de ciencia ficción. Fagocitó muchas de estas ideas de novelas de literatura general y las incorporó a obras de ciencia ficción ambientadas en la muy costumbrista California de las décadas de 1950 y 1960. Así fue como nacieron o crecieron Tiempo desarticulado, El hombre en el castillo, Tiempo de Marte y Podemos construirle.
¿Se olvidó Dick de la literatura general? Sí y no. Su carrera siguió por los senderos de la ciencia ficción, confinado a ella porque era lo que vendía; pero su poética transrealista lo hacía hablar mucho de sí mismo y de su entorno, por lo que sus últimas obras, aunque claramente de ciencia ficción, también son claramente realistas, en el sentido de que retratan esa California devastada por las drogas y los restos de la cultura beatnik. Woodstock y la cultura ácida habían cambiado el concepto de realidad y, por lo tanto, el de realismo. Las novelas de su etapa final, desde Una mirada a la oscuridad hasta La invasión divina, pasando por Valis y, por supuesto, La transmigración de Timothy Archer, vuelven a ser realistas, pero de otro tipo. Pueden comenzar con el asesinato de John Lennon o con el suicidio de una amiga. Dick está en ellas, y con él todo su entorno. Pero, a pesar de ello, se comercializaron como ciencia ficción, un campo en el que Dick era conocido. El tren de la literatura general había pasado muchos años antes para Philip K. Dick… curiosamente, y de manera paradójica, justo antes de que la literatura general adoptara a Dick como uno de sus santos patrones.