Como ya está explicando Alfredo Álamo en este blog, pegas una patada a un televisor y te aparece una serie ambientada en el mundo editorial o de la escritura. Con la narrativa sucede otro tanto, sobre todo desde que los autores transrealistas decidieron incluirse a sí mismos como elemento narrativo y anularon la delicada y no siempre delimitada barrera que separa la realidad de la ficción. Michel Houellebecq, Bret Easton Ellis o Philip K. Dick han creado trasuntos de sí mismos, en ocasiones llamados como ellos mismos, pero los ejemplos son incontables.
Sin embargo, ¿cuántas novelas, películas o series televisivas conocen ustedes que estén ambientadas en editoriales? Claro, en el mundo de la publicidad hay muchísimas, no necesariamente por el tirón de la serie Mad Men: podríamos remontarnos incluso a los relatos de ciencia ficción de Alfred Bester, que en la década de 1950 trabajaba en agencias publicitarias y dio buena fe de ello en algunas de sus historias. ¿Revistas? Las que quieran, desde Betty la Fea hasta Yo soy Bea, Sexo en Nueva York y, en general, un porcentaje sospechosamente elevado de narraciones de chick-lit. ¿El mundo de las imprentas? Denle un buen tiento a novelas como La noche a través del espejo o relatos como «Etaoin Shrldu», ambos de Fredric Brown. ¿Editoriales?
Repito: ¿editoriales?
Bueno, pues el caso es que no hay demasiado material; al menos, de ficción, claro. Si desean un punto de vista realista y comprometido de lo que es el mundo editorial visto desde dentro, no dejen de leer Editing. Arte de poner los puntos sobre las íes… y difundirlas, de Jacobo Muchnick, una conmovedora autobiografía laboral del que fue uno de los editores fundamentales de las letras en lengua española. Y es solo un ejemplo.
Como digo, no es que haya gran cosa. Supongo que el mundo editorial es demasiado aburrido per se, y los escritores ya tienen suficiente con el hecho de que los editores sean sus archienemigos como para que, encima, se les pase por la cabeza la mera idea de sublimarlos, mitificarlos o literaturizarlos, aunque sea para ponerlos a caer de un burro.
Porque los ejemplos más característicos de novelas ambientadas en el mundo editorial son, evidentemente, exagerados hasta la parodia. Veamos:
Por un lado, claro está, tenemos El diario de Bridget Jones (y su secuela, Sobreviviré), de Helen Fielding. Bridget trabaja en una editorial, al igual que la protagonista de ¿Quién te lo ha contado?, de Marian Keyes. Aparte del retrato del mundo editorial, resulta destacable el paralelismo con Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, en un ejercicio de metaliteratura que no por evidente es menos meritorio. Pero aunque los personajes del mundillo están ahí, apenas son meros secundarios, lo importante es la historia de Bridget, que podría trabajar en cualquier otra cosa. El negocio editorial es una mera excusa.
Y aquí es donde Happiness, de Will Ferguson, marca la diferencia. Aun en el supuesto de que no quedara claro en los paratextos del libro, nos quedaría claro desde el principio que Ferguson ha editado libros de autoayuda, que conoce el mundo editorial muy bien, y que sus intenciones van más allá de la parodia: quiere hacer sangre, vengarse de ese mundo de locos. La persecución de un manuscrito rechazado por los basureros de la ciudad es una de las escenas más delirantes de la historia de la literatura moderna, así como la premisa de la novela: existe el libro de autoayuda definitivo, de verdad que puede ayudar a la gente… y, de paso, cambiar el mundo, no necesariamente para bien. Se le pueden disculpar las últimas cien páginas, duelo con autor demente incluido. Lo que importa es lo siguiente: es, tal vez, el libro más pasado de rosca que se ha escrito sobre el mundo literario, y uno de los que mejor lo retratan.
¿Se les ocurren más novelas, películas, series o cómics protagonizados por editores o ambientados en editoriales?