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Perseguidos por su éxito (I): Arthur Conan Doyle

AutorJuan Manuel Santiago el 14 de agosto de 2013 en Divulgación

El mundo perdido

Muchos escritores son incapaces de sobreponerse al éxito de determinadas obras suyas, y terminan encasillándose, aunque no les apetezca. A fin de cuentas, una vez que has triunfado resulta difícil no ceder a la tentación de seguir haciendo más de lo mismo. Por expresarlo con símiles musicales, lo difícil no es hacer un Bad después de haber triunfado con un Thriller, sino embarcarte en un Achtung Baby o un Automatic for the People después de haberlo petado con un The Joshua Tree o un Out of Time.

El caso paradigmático de escritor víctima de su propio éxito es Arthur Conan Doyle. Su obra es ingente, el autor le dio a todos los palos literarios posibles, desde la novela histórica hasta la ciencia ficción avant-la-lettre, pasando por esos últimos y sonrojantes años consagrados a buscar hadas… pero todo el mundo lo recuerda por la inmortal creación del detective Sherlock Holmes y su ayudante el doctor Watson. Consciente de que Holmes era un lastre para su carrera literaria, y de que lo que realmente le gustaba era la novela histórica, Doyle llegó todo lo lejos que se puede llegar, y mató a su criatura, en contra del consejo de su madre, que le había advertido de que los lectores no se lo iban a tomar bien.

¿Qué sucedió? Lo previsible: los lectores no se lo tomaron bien. Cuando Doyle precipitó a Sherlock Holmes y su archienemigo Moriarty por las cataratas de Rochenbach en el relato El problema final, de 1893, la reacción de sus lectores fue aún más dura de lo que había previsto la madre del autor, y hace que a su lado las diatribas de los espectadores de Juego de tronos y los lectores de Canción de Hielo y Fuego contra George R. R. Martin sean casi reconfortantes. Consecuencia: Doyle resucitó a Sherlock Holmes en La casa deshabitada y, de paso, escribió algunas de las mejores obras surgidas de su pluma.

Pero Holmes no dejó de ser una carga impuesta por el éxito seguro. En realidad, lo que le gustaba a Arthur Conan Doyle era la novela histórica. Una de sus mayores decepciones fue comprobar que el público desdeñaba obras tan maravillosas como La Compañía Blanca, ambientada en la Aquitania de la guerra de los Cien Años y protagonizada por los entrañables Juan de Hordle, Samkin Aylward, Alleyne Edricson y sir Nigel Loring, que habría de protagonizar la llamémosle precuela, Sir Nigel, que cosechó un fracaso aún más rotundo que su predecesora. No le fue mucho mejor con Las hazañas del brigadier Gerard y Aventuras de Gerard, ambientadas durante las guerras napoleónicas y tan trepidantes y divertidas como las dos novelas ya citadas.

Si hubo una obra que resarciera a Doyle del fracaso (relativo) que supuso haber vivido y escrito a la sombra del éxito del omnipresente y absorbente Sherlock Holmes, esa fue la serie del profesor Challenger, que dio obras tan entretenidas como El mundo perdido, un pequeño clásico de la literatura fantástica del cambio de siglo.

En cuanto a los coqueteos de Arthur Conan Doyle con el espiritismo y lo que hoy llamaríamos magufismo, corramos un tupido y piadoso velo.

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