La escritura, como la política, produce extraños compañeros de cama. Y no me refiero a las crónicas rosas de los festivales literarios, sino a los casos (bastante frecuentes, todo hay que decirlo) en los que ambos miembros de una pareja se dedican al noble arte de la escritura, o a disciplinas relacionadas. Hagámonos cargo: el mundo editorial es profundamente endogámico, todo el mundo se conoce y, en un momento determinado, es inevitable que una cosa lleve a la otra.
Tenemos casos de parejas famosas de escritores desde hace mucho, mucho tiempo. Podríamos remontarnos a Percy y Mary Shelley para encontrar una sociedad literaria y afectiva funcional. Más allá de la famosísima velada en Villa Diodati que dio origen al Frankenstein de Mary Shelley, la sociedad formada por esta pareja se extendió más allá de la (trágica) separación, pues, como veremos en otros casos, Mary se aventuró en una prolífica (y muy desconocida) carrera literaria y, no menos importante, se encargó de custodiar el legado de Percy; en ser su agente literario, editora y albacea, que diríamos ahora. No es el primer caso de miembro de una pareja que preserva y difunde el legado narrativo de su compañero fallecido, ni el único, aunque sí uno de los más llamativos. Aquí podríamos dar nombres, y sacar a colación premios Nobel gallegos, o argentinos ciegos, pero esto tal vez daría para una entrada aparte. Bástenos citar otro ejemplo de asociación bastante funcional y ventajosa: el premio Nobel portugués José Saramago y su traductora y compañera, Pilar del Río.
Estas relaciones pueden ser impredecibles, como el caso de la famosísima aviadora Amelia Earhart, quien se casó con George Putnam, el encargado de publicitar sus travesías aéreas y, más tarde, verdadero agente literario y editor, amén de (y aquí entramos en la crónica negra) el organizador de las expediciones encaminadas, sin éxito, a encontrar el avión a bordo del que se encontraba Earhart en el momento de su desaparición mientras sobrevolaba el océano Pacífico.
Otra relación algo chocante, aunque lógica dadas las trayectorias ideológicas y personales de ambos, fue la que unió al escritor Dashiell Hammett, el padre de la novela negra tal como la conocemos (doy por hecho que todos ustedes han leído Cosecha roja o La llave de cristal, ¿verdad?), con la crítica literaria, dramaturga y guionista Lillian Hellman (La loba, La calumnia). Si quieren saber más sobre Hellman, vean esa maravillosa película que es Julia (basada en una obra suya, Pentiment).
Aunque claro, si hablamos de escritores intelectualísimos emparejados con la última persona con quien uno esperaría que se emparejaran, supongo que todos ustedes pensarían en Arthur Miller y Marilyn Monroe. O, si son demasiado eruditos, en Arthur Miller y la fotógrafa Inge Morath.
Como ven, hay muchos ejemplos de relaciones entre escritores; tantos que necesitaremos otra entrada para comentarlos todos.