A estas alturas caben pocas dudas de que Stanislaw Lem (1921-2006) es el mejor escritor de ciencia ficción en lengua no inglesa; sobre todo, desde que editoriales como Funambulista o Impedimenta dieron a conocer algunas obras inéditas suyas o reeditaron sus grandes clásicos traducidos directamente del polaco, cosa que no era lo habitual en las ediciones de Bruguera, Alianza o Minotauro. Es decir, somos la primera generación de letraheridos que pueden leer traducciones fidedignas de uno de los grandísimos escritores del siglo XX. Al placer de descubrir a Stanislaw Lem (cosa que espero que suceda después de que lean esta entrada) se le puede sumar el de redescubrirlo, si ya lo habían leído en esas traducciones de traducciones.
Dicho esto, paso a comentar cinco novelas especialmente destacables de Stanislaw Lem. ¿Son las mejores? Puede que sí, puede que no. En la zona de comentarios nos pueden dejar sus impresiones.
El hospital de la transfiguración (1948, pero publicada en 1955). Para quien esté acostumbrado al Lem cienciaficionero, esta novela resultará desconcertante, ya que el tono extremadamente realista lo puede distraer de una evidencia: aquí está el Lem racional, empírico, duro y resabiado de siempre. Las inquietudes de un joven médico que trabaja en un sanatorio (que tiene poco que ver con La montaña mágica de Thomas Mann) en los albores de la Segunda Guerra Mundial le dan pie a Lem para esbozar un discurso coherente e irónico que no hizo sino desarrollar con los años. Como es lógico, la censura comunista le dio hasta en el carné (de identidad, que no del Partido).
La investigación (1959). O cómo convertir la novela policíaca en ciencia ficción dura. Prácticamente nunca se ha ido tan lejos (bueno, sí, en La fiebre del heno, también de Lem) en el abordaje de las limitaciones del método racional y el conocimiento como herramientas válidas para realizar una investigación policial. Tenemos una serie de crímenes sin motivo, sin oportunidad, y casi sin medios ni cuerpos. ¿Qué hacer? ¿Cómo encarar las pesquisas? ¿Realmente son creíbles todos los Sherlock Holmes y Hercules Poirot de este mundo? Stanislaw Lem arroja más preguntas que respuestas, deja al descubierto nuestra impotencia y nos regala una novela magistral, un tanto oscurecida por la larguísima sombra de Solaris.
Retorno de las estrellas (1961). Un Lem de primera categoría del que apenas se habla. Por eso la incluyo en vez de otras grandes novelas del autor sobre cuya calidad sí hay consenso, como El Invencible, La voz de su amo o Memorias encontradas en una bañera. ¿Han sufrido jet-lag después de un viaje transoceánico? ¿Sí? Pues imagínense lo que se puede sentir si eres un astronauta que, por efecto de la dilatación temporal, se pasa setenta años fuera de la Tierra aunque solo hayan pasado unos meses en tiempo subjetivo. El primer capítulo es un alucinante estudio sobre el extrañamiento y la desorientación, la pérdida definitiva de asideros y puntos de referencia. Y a partir de ahí, la cosa no hace sino ir a peor para el protagonista, convertido prácticamente en una mezcla del buen salvaje rousseauniano y de un antihéroe digno de novelas de Nabokov o Vian.
Solaris (1961). Habría sido una tontería omitir esta novela, la más famosa de Lem, fuente inspiradora de dos películas infieles y respetuosas a partes iguales con el original (la de Tarkovski es una obra maestra, pero, si obviamos lo del trasero de George Clooney, la de Soderbergh tampoco está nada mal). Metáfora casi perfecta de la incomunicación humana con inteligencias extraterrestres (aspecto en el que, aunque parezca mentira, Lem profundizó aún más en la posterior El Invencible), es también una perfecta novela de amor y desamor, así como una dura crítica al método científico. ¿Qué sentido tiene enviar científicos terrestres y humanos para tratar de desentrañar la posible inteligencia de un planeta extraterrestre e inhumano?
Fiasco (1986). El Finnegan’s Wake de Lem, después del cual abandonó la escritura de ficción, no solo porque aquí cierra todas sus tramas (cabe la duda razonable de que el protagonista sea el piloto Pirx de sus cuentos) sino porque el propio autor reconoce que ya no se puede ir más allá en el análisis del método científico, la posible comunicación con inteligencias extraterrestres y las limitaciones de nuestro cerebro como herramienta para intentar percibir el mundo real. Una bofetada continua al lector, que deja con la lengua fuera y que, precisamente por ello, no cuenta con demasiadas simpatías entre los lectores de un género al que, al fin y al cabo, Lem tildó de infantiloides. Una obra de madurez, en todos los sentidos.
Stanislaw Lem