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Las mejores primeras frases de la literatura

AutorJuan Manuel Santiago el 22 de julio de 2013 en Divulgación

Rayuela

Ya hemos hablado largo y tendido de la importancia de las primeras frases. Cierto, el hecho de que una obra de ficción comience con una frase impactante no sirve de nada si el resto no está a la altura, pero resulta innegable que puede ayudar al lector a engancharse.

A principios de la década de 1990, Antonio Muñoz Molina venía de dar sendas lecciones al respecto en dos de sus primeras novelas. Beltenebros comenzaba con una de las frases más redondas y sugerentes de la literatura española reciente (Vine a Madrid a matar a un hombre al que no conocía), y El invierno en Lisboa arrancaba con una de esas frases de un párrafo, propias de la novela negra de toda la vida, que hay que saber degustar y releer (Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Santiago Biralbo, pero cuando volví a encontrarme con él, en la barra del Metropolitano, hubo en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si hubiéramos estado bebiendo juntos la noche anterior, no en Madrid, sino en San Sebastián, en el bar de Floro Bloom, donde él había estado tocando una temporada). Por eso, cuando ganó el Premio Planeta con El jinete polaco, no perdió ocasión de ironizar con el hecho de que era una novela contracorriente para tratarse de Muñoz Molina: ni enganchaba desde la primera frase ni se leía de una sentada, sentenció el autor. Y con ello daba a entender lo que opinaba de las primeras frases, aunque hubiera sido un maestro consumado en el arte de atrapar desde la primera línea de una narración.

La historia de la literatura está llena de primeras frases impresionantes, y emplazamos al lector, a modo de pasatiempo veraniego, a recordar con nosotros cuáles son sus favoritas. Ponemos tan solo algunos ejemplos de obras que no serían lo que son (o no lo serían en nuestra memoria) si no comenzasen como comienzan:

Rayuela, de Julio Cortázar.

El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.

El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza.

Historia de dos ciudades, de Charles Dickens.

Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez.

Anna Karenina, de León Tolstói.

Los intereses creados, de Jacinto Benavente.

La Regenta, de Clarín.

Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez.

Neuromante, de William Gibson.

Como ven, hay muchas maneras de comenzar un libro, desde lanzar una pregunta hasta soltar un spoiler del final, incluir paradojas y contradicciones, antropomorfizar ciudades vetustas o comparar un paisaje portuario con elementos de alta tecnología. Todo es válido y, a juzgar por estos diez ejemplos, todo puede funcionar si se da con las palabras adecuadas.

Este es mi top 10 particular, y los emplazo a buscar las frases de marras, para acentuar la sensación de que esto es un juego. ¿Cuáles son las suyas?

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