El Sr. Banks era dos escritores en uno. Por un lado era Iain M. Banks (la M. era de Menzies, su segundo nombre), autor de ciencia ficción y creador de universos tan distintos y especiales como el de la Cultura. Por otro era Iain Banks, escritor de ficción a secas (si es que existe tal cosa, sobre todo en el caso de Banks), narrador de voces tan extraordinarias como la del niño asesino de La fábrica de avispas.
Hace unos meses, Banks revolucionó a la comunidad lectora con un anuncio inesperado: se moría de cáncer. Con el sentido del humor intacto, aunque decididamente negro (una de las primera cosas que hizo al enterarse de su diagnóstico fatal fue pedirle a su novia que se convirtiera en su viuda), comunicó a sus aficionados que dedicaría los últimos meses de su vida a su boda, luna de miel y a visitar a familiares y amigos. También contribuyó a acelerar la salida al mercado de la que sería su última obra: The Quarry (La cantera). Y hace apenas unos días, mucho antes de lo esperado, nos dejó, con una muerte que su esposa, Adele, describió como tranquila y sin dolor. Su marcha ha dejado un vacío inmenso en la escena literaria británica (más aún en la escocesa), y el lamento de sus fans ha llenado un extenso libro de visitas disponible en su página web, Banksophilia.
Respecto a su trabajo como escritor de diferentes géneros, el propio Banks aclaró, en uno de sus posts más recientes, que nunca escribió ciencia ficción, como creían algunos, para cubrir una serie de necesidades económicas, para poder permitirse escribir unas novelas de ficción que le aportaban ingresos escasos. Muy al contrario, Banks insistió en que siempre escribió sus novelas fantásticas por puro amor y afición, y que estas vendían bastante menos que sus novelas mainstream. De hecho, estimó que vendía un solo ejemplar de ci-fi por cada tres o cuatro ejemplares de literatura de otros géneros. Imagino que esta afirmación llega en respuesta a una reacción habitual del lector medio, que asume que la ciencia ficción es un género comercial con el que contentar a adolescentes y a lectores poco exigentes. Sin embargo, la obra de Banks iba muchísimo más allá del clásico pulp, formando sociedades y mundos revolucionarios, no solo por las tramas y personajes, sino por las mismísimas ideas políticas y culturales que se atrevió a plasmar, más cercanas tal vez de una Ursula K. Leguin que de una Guerra de las galaxias u otras space-operas de aventuras que suelen asociarse al viaje espacial literario.
Como era de esperar, una muerte tan sonada, de alguien que además se había ganado el respeto y la admiración de sus colegas de profesión, ha tenido una respuesta multitudinaria y muy sentida. Probablemente los dos apuntes al respecto de mayor interés sean los que han dado su mentor, Ken MacLeod, quien insiste en el periódico The Guardian en la importancia de la creación fantástica de Banks, y su compañero de juergas literarias, Neil Gaiman, que dijo de este, en su blog, si nunca has leído ninguno de sus libros, lee uno de sus libros. Luego lee otro. Hasta sus libros malos eran buenos, y los buenos eran alucinantes.
Adiós, Sr. Banks. Lo echaremos mucho de menos.