Con Buda en el ático de Julie Otsuka ganó el Premio PEN/Faulkner de 2012 y se reafirmó como una de las voces más interesantes de la literatura contemporánea estadounidense tras Cuando el emperador era dios, su primera novela, de la que se vendieron más de 250.000 ejemplares y que ha sido recientemente publicada por la editorial Duomo, al igual que el libro que hoy nos ocupa.
Otsuka nos cuenta la historia de las mujeres japonesas que llegaron a principios del siglo XX a San Francisco, a vivir una vida imaginada y mejor, al lado de maridos a los que no conocían y de los que tan solo sabían lo leído en las cartas y lo visto en las fotografías que les enseñaron las casamenteras, imágenes tan falseadas como la vida que les habían prometido. Eran mujeres, algunas casi niñas, de todo el país que esperaban un futuro lejos de la vida dura del campo o de la casa de geishas. Estados Unidos se presentaba como el marco perfecto para un futuro perfecto y ellas, ataviadas con sus mejores galas, con todos sus miedos y, desarraigadas en un país extraño, sin más apoyo que la ilusión y la esperanza en un buen matrimonio, llegaron a su puerto de destino para descubrir que el de la foto no era su esposo, que el de la buena posición económica no era su esposo, que el temporero que necesitaba una mujer que trabajara sin quejarse, ese sí, ese era su marido.
Las veremos trabajar en el campo, como criadas, como dependientas, como putas y amantes. Las veremos odiar a sus maridos, amarlos, soportarlos, abandonarlos, tener hijos, llorar a sus muertos. Integrarse en la sociedad, algunas, o quedarse en el barrio japonés, la mayoría. Estar orgullosas de sus hijos mientras estos se avergüenzan de ellas. Y la vida avanza, el tiempo pasa. Hasta que llega la guerra y ya no eres el temporero que recoge fruta, o el de la tintorería, sino que eres un posible enemigo. Y los políticos han de tomar medidas: puedes ser un quintacolumnista. Y tus vecinos demostrarán, de nuevo, lo fácil que es construir al otro con lo difícil que es construirse a sí mismo. Y lo fácil que es mirar y no ver, no querer ver, porque la voluntad humana, como dicen del agua, siempre va por el camino más sencillo.
La guerra del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial, supuso el internamiento de más de 110.000 personas de origen japonés, muchas de ellas con nacionalidad estadounidense, en campos de concentración situados en el centro del país. Tuvieron pocos días para evacuar, abandonando negocios, trabajos, propiedades. Y estas mujeres volvieron a abandonarlo todo, con la misma incertidumbre que entonces, pero sin la esperanza de una vida mejor reluciendo en el horizonte.
La novela está construida como un relato coral, una elección que, con un lenguaje preciso y precioso, permite construir una historia sensible sin sentimentalismos, una narración redonda de las que impactan, tanto por la historia en sí, como por la prosa.
Julie Otsuka
Buda en el ático