¿Alguna vez se han preguntado dónde se escriben todos los best-sellers que inundan las estanterías de las grandes librerías? Uno de los secretos mejor guardados de la industria editorial, hoy al descubierto en Lecturalia.
Todavía es de noche cuando nos ponemos en marcha a través del desierto de Sonora. Nuestro conductor ha dicho que es mejor aprovechar la madrugada para llegar a Bachicuya, una pequeña ciudad cerca de Agua Prieta, un destino que no aparece en guías de viaje, documentales pintorescos, y tampoco en muchos de los mapas disponibles para turistas. En Bachicuya les gusta mantener su privacidad, algo que vienen haciendo de manera encomiable desde 1865.
Reviso las notas que nos llevaron a ponernos en contacto con el ayuntamiento de la ciudad, un hallazgo que llegó por correo electrónico de manera anónima con algunos datos sorprendentes. Fundada a principios del siglo XIX, Bachicuya era un pequeño pueblo al que durante la época del II Imperio Mexicano fue destinado el capitán Pierre Val Dieux, un joven oficial francés, para mantener una posición avanzada. Algo en apariencia normal pero que sin embargo escondía un pequeño secreto sin importancia: Pierre Val Dieux, además de militar, era un gran aficionado a la literatura. Tanto, que ejercía, junto a otros autores jóvenes de su época, como negro literario de Alejandro Dumas.
Val Dieux y sus hombres llegaron a Bachicuya, donde, al parecer, no había demasiado trabajo duro que hacer. Amigos de la vida tranquila, pronto se instalaron cómodamente y el capitán reanudó su tarea como escritor fantasma de Dumas, usando incluso la valija diplomática para hacerle llegar sus manuscritos. A principios de 1867 se le ordenó al contingente de Bachicuya que volviera a Francia, pero Val Diuex, apoyado por sus oficiales, y los propios habitantes del pueblo, se negó. Coincidiendo con la caída del II Imperio y la confusión siguiente, Bachicuya cayó en una especie de olvido administrativo que duró más de diez años, tiempo más que suficiente para que se iniciara en esta pequeña localidad mexicana uno de los negocios más curiosos de todo el siglo xix y que ha continuado hasta nuestros días: la factoría literaria más grande del mundo.
Nadie se debería sorprender al conocer que muchísimos títulos que hoy en día salen al mercado, tanto bajo el nombre de famosos literatos como de cantantes o futbolistas, no están realmente escritos por ellos. En algunos casos aportan ideas o notas, en otros, directamente, firman y cobran el cheque. Esto, además, no es nada nuevo. Val Dieux lo hacía con Dumas y, al parecer, no le iba nada mal. Hombre dado a pensar a lo grande, decidió aumentar su producción y pronto llamó a otros de los autores, desconocidos para el gran público, que habían compartido autores con él en Francia. En esos diez años de olvido, Val Dieux logró reunir a un nutrido grupo de escritores dispuestos a poner su pluma al servicio de cualquiera que pagara por ello.
El sol sale y el rastro de los neumáticos se pierde a través de una larga estela de polvo. A medida que avanzamos, el desierto se retira para dar paso a unos grandes campos de maíz. Se nota la mano del hombre y también una fuerte inversión. Si bien Bachicuya tiene una industria basada en la literatura, se nota que no han descuidado ni su entorno ni la actividad agrícola, tan importante en la región. Las primeras casas, blancas, de apenas dos alturas, se repiten a los lados del camino. Por fin, después de varias horas de camino, Bachicuya se recorta en el horizonte.
Aunque nos gustaría dar un rodeo y caminar libremente por la ciudad, nuestro conductor nos lleva directamente al ayuntamiento. Es parte del acuerdo al que hemos llegado con Juan Val Diuex, descendiente del capitán francés y, hoy en día, alcalde de la ciudad. Como ya he comentado, cuidan mucho de la privacidad de sus residentes. El propio Val Dieux sale a recibirnos y nos hace pasar dentro del ayuntamiento. El sol aprieta mucho y nos ofrece tomar algo para refrescarnos. Es un hombre de unos cuarenta años, vestido de traje y chaqueta y con unas finas gafas de pasta. De su herencia francesa le quedan unos ojos azules y una piel blanquísima. «Gajes del escritor» nos comenta «En Bachicuya pasamos la mayor parte del día escribiendo». Desde luego, su acento lo delata como un mexicano de pura cepa, aunque por su manera de comportarse me recuerda a algún alto ejecutivo europeo de la Feria de Frankfurt.
Tras unos primeros saludos, Val Dieux nos hace pasar a una gran sala biblioteca con estanterías dobles. Con más de cuatro metros de altura, la cantidad de libros que alberga debe superar, en una primera impresión, los 20.000 volúmenes. Me acerco a la primera estantería, cubierta por una vitrina de cristal. Los libros que alberga son antiguos, diría que de finales del siglo XIX. Alcanzo a ver un título y enmudezco. Le indico a Joan, el cámara, que se acerque para sacar una foto, pero Val Dieux niega con la cabeza. «Por favor, nada de fotos en detalle. Pueden ustedes fotografiar la sala, pero comprenda que no pueden ustedes revelar títulos en concreto.»
La sala alberga los títulos más destacados de los últimos ciento cuarenta años de la historia de Bachicuya, aunque la producción general ha superado con mucho esos 20.000 volúmenes que he calculado.
«Tenga en cuenta que la población de Bachicuya comprende, al menos, mil escritores en activo. Nuestros números oscilan entre los mil y mil quinientos libros al año. Eso sin contar artículos para revistas, ensayos e incluso tesis doctorales»
Creo que la cara me delata y Val Dieux sonríe. Tiene una sonrisa agradable y una risa franca. Nos hace pasar a una sala más pequeña, su despacho, y señala los libros que tiene encima de la mesa. Son los más famosos que se han escrito en Bachicuya. Ahí es cuando el asombro me desborda. Reconozco las portadas y los nombres y lamento profundamente haber firmado un acuerdo de confidencialidad para venir hasta aquí.
«Tampoco se sorprenda tanto. De hecho, algunos de los autores más conocidos hoy en día, tanto en los USA como allí, en España, han trabajado en Bachicuya en algún momento. Nuestro departamento de Escritura Creativa rivaliza con el de las universidades más prestigiosas del mundo y todos los años recibimos autores para realizar un interinaje. Unos deciden quedarse, otros prueban suerte de vuelta al mundo»
Le pregunto si es rentable mantener una ciudad entera así. Vuelve a sonreír.
«Esta es una industria segura. Llevamos más de cien años trabajando gracias a la vanidad humana. Los autores que viven aquí, en Bachicuya, ganan más al año que muchos de los grandes literatos que se pasean por fiestas y festivales. La tierra es fértil, la vida es sencilla. Apenas hay crimen -excepto los pasionales, ya se sabe como son los autores-, y no hay que preocuparse por contratos, anticipos y devoluciones.»
Salimos a comer. La cantina donde nos lleva parece más un comedor universitario, con bandejas, autoservicio y una gran cantidad de platos. Además de la comida típica de la zona puedo reconocer, al menos, platos indios, japoneses y españoles. El tequila de después, eso sí, es mexicano al cien por cien.
Cuando el sol decae un poco y el calor se hace más soportable, salimos a pasear. La ciudad podría pasar por el barrio viejo de cualquier ciudad francesa. Val Diuex, el capitán, no el empresario, invirtió una buena cantidad de dinero en reformar la Bachicuya original. La gente con la que nos cruzamos en la calle forma un curioso crisol de razas y edades. Hay varios cafés donde se debate en inglés o castellano y el ambiente no deja de ser un tanto forzado, irreal para encontrarnos casi en mitad del desierto.
Nos sentamos en uno de los cafés para hablar con Ernesto K. y Pablo O. Son dos escritores españoles, los dos apenas en la treintena, que llevan aquí tres años. Cada uno ha escrito tres libros que han sido publicados en España por Mondadori y Planeta. Ante la pregunta de cómo llevan lo de ser negros literarios se encogen de hombros y cruzan miradas de complicidad.
«En España colar un libro es muy jodido -dice Ernesto-, el mundillo literario está cerrado para las voces nuevas, sobre todo si no tienes ganas de hacerte el modernillo o inventarte rollos generacionales. Aquí cobras a fin de mes un cheque que asustaría a más de un compañero que se ha quedado en España firmando columnas en los dominicales»
«Sí -añade Pablo-, por ahora no me planteo volver. A lo mejor mediante algún contacto, cuando tenga suficiente dinero para poder dedicarme a escribir solamente lo que me gusta. Por ahora estamos bien en Bachicuya.»
Me despido de Ernesto y Pablo pensando en la clase de mercado editorial que obliga, o fuerza, a autores como ellos -me han dicho los libros que han escrito y son de primer orden- a refugiarse en este pequeño oasis, este nuevo scriptorium que funciona a base de talonario.
Le pido a Val Dieux que nos deje sacar alguna foto significativa de la ciudad pero se niega. Nos permite planos cortos y algún detalle, pero nada de rostros ni de edificios reconocibles. Uno de los éxitos de su negocio, dice, es la absoluta discreción.
Anochece cuando nos despedimos de Val Dieux, en el mismo punto en el que llegamos a Bachicuya, a las puertas del ayuntamiento. Nuestro conductor pone el motor en marcha, impaciente por salir antes de que se haga noche cerrada. Dejamos atrás la ciudad de los mil escritores, las casas blancas y los campos de maíz, para adentrarnos de nuevo en el desierto. Al poco de salir, me giro para dar un último vistazo a la ciudad; ya no queda nada. El polvo y la noche la han hecho desaparecer. Como un fantasma.
EDITADO: En realidad no hay una Bachicuya real, es una de nuestras bromas dedicadas al Día de los Inocentes. Gracias a todos los que han colaborado en la difusión de esta no-noticia y a los que se la creyeron… ¡Inocentes!
Alejandro Dumas