Uno de los argumentos más conocidos dentro de la narrativa universal, y del que siempre nos acordamos al acercarnos a las fiestas de final de año, es el de Un cuento de Navidad, de Charles Dickens. Adaptado y homenajeado hasta la saciedad, esta historia del célebre escritor británico ha trascendido las fronteras de lo anglosajón; en ella, un viejo avaro y miserable, Ebenezer Scrooge, aborrece todo lo que es bueno y bonito y, ante todo, navideño. Durante la Nochebuena se le aparecen varios fantasmas: el de su socio fallecido, el fantasma de las Navidades pasadas, el fantasma de la Navidad presente, y el fantasma de la Navidad futura, que es el que, finalmente, le enseña su propia tumba y le introduce el suficiente miedo en el cuerpo como para que el hombre haga un carpe diem en condiciones y se dedique a celebrar tan señaladas fiestas de la forma más alegre y generosa posible.
Pero lo que muchos desconocemos es que este celebrado cuento, esta historia tan conocida, sufrió de un caso algo ridículo de piratería. Dos meses después de que apareciera publicado por Dickens, en 1844, la revista Parley’s Illuminated Library lo copió y lo puso a la venta. Dickens los llevó a juicio y ganó. Para su desgracia, los piratas fueron los que ganaron, a la larga, ya que se declararon en bancarrota y el pobre autor tuvo que cubrir él mismo los costes del juicio en el que había salido victorioso: nada más y nada menos que 700 libras esterlinas, el equivalente de más de sesenta mil euros actuales. Su experiencia con la cara más triste de la ley inspiró a Dickens a la hora de escribir otra de sus grandes obras, Casa desolada.
A Dickens le llevó apenas seis semanas escribir su cuento navideño, que se publicó el 19 de diciembre de 1843, y cuya tirada inicial, de seis mil unidades, se agotó antes de Nochebuena. Esta metáfora de la sociedad en la que vivía, donde la ley no protegía a las víctimas de la revolución industrial, y a la que Dickens señalaba predicando, como su fantasma, un terrible futuro de muerte y destrucción, tuvo una influencia tremenda sobre sus lectores. Tal vez la anécdota más conocida sea la relacionada con el dueño de una fábrica de Boston, Massachusetts, que acudió a una lectura de este relato en Nochebuena, y se vio tan emocionado por la historia que decidió cerrar su fábrica el día de Navidad; acto seguido le envió a cada uno de sus empleados un pavo para el almuerzo. Fue un relato que asoció de manera definitiva a la Navidad con la buena voluntad, la compasión y la generosidad con la que hoy en día se espera que la celebremos.
Lo cual no quita, claro, que hubiera alguien dispuesto a aprovechar este cuento para hacer algún que otro beneficio. Resulta triste que un relato tan lleno de buenas intenciones acabara costándole tanto tiempo, esfuerzo y dinero al gran escritor; pero al mismo tiempo fue, curiosamente, un proyecto de lo más rentable; decidió, para escándalo y crítica de sus coetáneos (que no entendían cómo un autor de su talla se rebajaba a realizar representaciones como un actor cualquiera) llevarlo al teatro él mismo, diez años después de su primera publicación, lo que le acarreó grandes aplausos e infinitas entradas vendidas. Durante 17 años se subió al escenario para compartir con su público su historia navideña; fue también su despedida del mundo. En 1870 realizó su última representación; tres meses después murió, y nos legó uno de los cuentos de Navidad más conocidos del mundo.
Charles Dickens
Canción de Navidad y otros cuentos