Seguimos en este artículo con la enumeración de aquellos tópicos que nos empiezan a resultar agotadores. Ya os hablamos en la primera parte del Malo que le explica al bueno su plan mientras este escapa; del Elegido que parece normal pero que realmente es el hijo bastardo del rey; y del Rags to riches, por el que una persona de baja estatus social y económico obtiene una serie de riquezas que transforman su vida por completo (esto podría aplicarse también a la transformación física o makeover, por la cual la chica más sosa de la clase se quita las gafas, se acorta la falda y de repente es un bombón impresionante en el que nadie se había fijado antes).
Pero hay muchos más: no olvidemos, por ejemplo, el muy irritante todo era un sueño. Este debe de ser uno de los recursos más antiguos de la historia de la literatura; ya hay momentos en la Eneida en los que uno se pregunta si la salida de Eneas del reino de Hades por la puerta de las ilusiones, la puerta resplandeciente de marfil de los falsos sueños, es un indicio de que todo lo que ha vivido ahí abajo no ha sido más que una visión fugaz, una mera travesía onírica. Lewis Carroll lo utilizó, con mayor o menor acierto, en Alicia en el país de las maravillas, y hasta cierto punto en A través del espejo (cuando se menciona, de forma casi trivial, que la propia Alicia no es más que un sueño del Rey Rojo). No obstante, otros escritores no han sabido maniobrar bien con este tópico, y lo han convertido en una excusa barata para poder introducir elementos surrealistas o poco coherentes en su trama argumental.
Otro tópico que aparece a menudo afecta sobre todo a las historias románticas, y el ejemplo perfecto lo encontramos en Orgullo y prejuicio, de Jane Austen. Cuando lo escribió Austen era un concepto novedoso: la chica se enamora del chico al que odia, pero con el tiempo se ha convertido en un recurso muy repetido, del mismo modo que otros clichés amorosos como el del mujeriego incorregible que se transforma cuando encuentra el verdadero amor; o las relaciones sentimentales conflictivas con personas que no corresponden con el grupo social o cultural de uno (o incluso que no son de la misma especie, léase vampiros, hombres lobo y similares). También se tiende a abusar del personaje perfecto, la Mary Sue del autor, ese protagonista que no solo es físicamente atractivo, sino que además posee una gran colección de virtudes, talentos y aptitudes de lo más útiles para el desarrollo de la trama. De modo equivalente, surgen villanos y antagonistas totalmente maléficos y simples, cuya única función es entorpecer el avance del protagonista (sin que tengamos ninguna explicación del porqué de sus acciones). ¿Y qué hay de ese amor rápido e irresistible, de ese flechazo o pasión acelerada que conduce a dos personajes que se conocen desde hace tan solo una semana a declararse devoción perpetua?
Por otra parte, hay escenas y herramientas concretas que nos pueden desquiciar como lectores. ¿Cuántas veces habremos leído ya textos que empiezan con la escena del personaje que se despierta al sonar el despertador, o con una descripción del tiempo? El infame inicio era una noche oscura y tormentosa tiene ya más de cien años, pero no se aleja mucho de algunos comienzos de novelas actuales.
Es obvio que esta lista no hace más que tocar de manera superficial un número muy limitado de tópicos cansinos. Esperamos vuestras aportaciones, como siempre, en los comentarios. ¿Cuáles son las escenas, clichés y tipos de personajes que más os irritan, que os resultan tediosos e imperdonables? Del mismo modo, ¿conocéis obras y autores que sepan utilizar estos clichés para proporcionarle giros inesperados a sus textos?